Tenía un marido nonagenario multibillonario; una mansión con servicio; un sauce llorón en el jardín; dos perros que ladraban cada vez que olían mi perfume a cien metros de distancia y cuatro hijastros que no podían verme en pintura a los que detestaba profundamente.
No conservo nada de lo mencionado, prescindible desde que capté que tener no me hacía ser quien era, sino quien creía ser y nutría hasta acorralar al yo verdadero en un espacio tan reducido, que al borde de la asfixia se rebeló y descubrí, no sin asombro, que existía.
       Absolutamente todo lo acaecido en mi vida desde que se produjera mi alumbramiento en una calurosa, y debo añadir, extraña tarde de noviembre, era necesario para converger en este punto en el que parto hacía dirección desconocida. No tengo miedo ni siento náuseas. Tengo ganas y hambre.
       He poseído todo cuanto quería. He perdido todo cuanto poseía.
       Me he descubierto.
       Tengo lo más grande y me tengo a mi misma.
       Soy libre (¡qué ironía!).
      Por cierto, esto ni es un tratado filosófico ni sobre psicología. De alguna forma tenía que empezar y la mejor manera de hacerlo es por el final. Así termina mi historia.

 
Cintia Aurora María Van Heley de Haut quizá recuerde que nos conocemos de otros tiempos. Permitame la osadia y el atrevimiento de no dirigirme a partir de ahora por su nombre completo que se me antoja casi eterno y usar en su lugar la abreviatura, más cariñosa y manajable, "Auri".
ResponderEliminarMe alegra que haya decido poner casa propia a los textos que le surgen de sus adentros. Le ánimo prosiga y muestre al mundo lo que puede hacer con la pluma (o el teclado).
Reciba un saludo cordial de mi parte.
Le recuerdo bien amigo Uno y aún a riesgo de que me confundan con una Boy's Band cuenta con mi beneplácito para llamarme Auri, si así se congratula.
ResponderEliminarAgradezco tan generosas y poco merecidas palabras fruto de las primeras impresiones. Le pongo en conocimiento de que en mi residencia actual, si el alien que llevamos dentro no sale, hay que expulsarlo para que no se vuelva corrosivo. Así nacieron los primeros versos, así las primeras palabras tomaron su lugar.
Un saludo sincero.