Acompañé a Federico al Círculo de
Empresarios Sénior, donde un amigo suyo, tertuliano de alguna que otra
sobremesa en el jardín de la mansión, presentaba el libro que había escrito
sobre estadísticas de mercado, que no estaría llamado a ser un bestseller mundial, como mucho en medicina lo
utilizarían por sus efectos sedantes inocuos. Quizás, además de sus cincuenta
mejores amigos, algún despistado adquiriría el ejemplar y tras leer las
primeras páginas, lo abandonaría en la estantería hasta decidir a quién
regalárselo o lo utilizaría como papel higiénico en caso de emergencia.
Le invité a nuestra boda pero declinó ir alegando que en esos días iba a estar viajando por motivos laborales ineludibles, lo que me pareció una excusa para no verse en la tesitura de presenciar como la mujer de su vida se casaba con otro hombre. De hecho, un año antes, no me había invitado a su boda para evitar ver mi rostro al levantarle el velo a la novia. No me cabía la menor duda de ello.
Dos minutos duró nuestro breve encuentro de hacía tres semanas. Ya entonces pensé que podría asesorarme en el asunto que me traía entre manos.
Se asombró al recibir mi llamada proponiéndole que nos viéramos, pero no se negó a que nos citáramos, tal vez empujado por la curiosidad.
-En el Círculo de empresarios Sénior apenas pudimos intercambiar unas palabras. Me hubiera gustado charlar más contigo después de tanto tiempo.- removí el capuccino, más que porque estuviera caliente, porque no sabía qué hacer con la cucharilla que había cogido del platillo sin darme cuenta-. He oído que te va muy bien. Tienes prestigio profesional y en lo personal no podrías estar mejor.
Le podría haber ido infinitamente mejor si hubiera continuado a su lado y hubiera gestado a su primer hijo, pero como dice el dicho, no se puede tener todo en la vida.
Me escuchó impasible, mirándome directamente a los ojos sin intención de interrumpir mi discurso. Dejándome hablar hasta que me cansara; calibrándome; ganando tiempo para pensar que diría en su intervención.
Como el hombre observador que es reunía elementos de juicio suficientes para pronunciarse. Ese era uno de los rasgos que más me irritaban de él. La falta de temperamento; la tranquilidad convertida en su sombra como un anexo inseparable.
-Me sorprende que te importe como me van las cosas, por lo que detrás de este encuentro debe haber algo más que aún no me has contado. Los años a veces pasan en balde para algunas personas, para otras, como tú, nada cambia.
Su prepotencia y análisis certero me ofendieron hasta el punto de querer irme y dejarle allí plantado, pero la cordura no me permitió tal licencia y me mantuve pegada al asiento. Necesitaba a Gonzalo.
 
 
 
 
 
Le invité a nuestra boda pero declinó ir alegando que en esos días iba a estar viajando por motivos laborales ineludibles, lo que me pareció una excusa para no verse en la tesitura de presenciar como la mujer de su vida se casaba con otro hombre. De hecho, un año antes, no me había invitado a su boda para evitar ver mi rostro al levantarle el velo a la novia. No me cabía la menor duda de ello.
Dos minutos duró nuestro breve encuentro de hacía tres semanas. Ya entonces pensé que podría asesorarme en el asunto que me traía entre manos.
Se asombró al recibir mi llamada proponiéndole que nos viéramos, pero no se negó a que nos citáramos, tal vez empujado por la curiosidad.
-En el Círculo de empresarios Sénior apenas pudimos intercambiar unas palabras. Me hubiera gustado charlar más contigo después de tanto tiempo.- removí el capuccino, más que porque estuviera caliente, porque no sabía qué hacer con la cucharilla que había cogido del platillo sin darme cuenta-. He oído que te va muy bien. Tienes prestigio profesional y en lo personal no podrías estar mejor.
Le podría haber ido infinitamente mejor si hubiera continuado a su lado y hubiera gestado a su primer hijo, pero como dice el dicho, no se puede tener todo en la vida.
Me escuchó impasible, mirándome directamente a los ojos sin intención de interrumpir mi discurso. Dejándome hablar hasta que me cansara; calibrándome; ganando tiempo para pensar que diría en su intervención.
Como el hombre observador que es reunía elementos de juicio suficientes para pronunciarse. Ese era uno de los rasgos que más me irritaban de él. La falta de temperamento; la tranquilidad convertida en su sombra como un anexo inseparable.
-Me sorprende que te importe como me van las cosas, por lo que detrás de este encuentro debe haber algo más que aún no me has contado. Los años a veces pasan en balde para algunas personas, para otras, como tú, nada cambia.
Su prepotencia y análisis certero me ofendieron hasta el punto de querer irme y dejarle allí plantado, pero la cordura no me permitió tal licencia y me mantuve pegada al asiento. Necesitaba a Gonzalo.

 
Sútil, muy sútil. Ah, y superempática y generosa tu actitud con Gonzalo. ¿Qué habría sido de él sin ti? Quizá hasta una persona feliz.
ResponderEliminarSaludos patéticos
Sútil, muy sútil. Ah, y superempática y generosa tu actitud con Gonzalo. ¿Qué habría sido de él sin ti? Quizá hasta una persona feliz.
ResponderEliminarSaludos patéticos
Amigo Uno, la elegancia me acompaña a todas partes y en caso alguno soy torpe con las palabras. Gonzalo fue feliz, pero su felicidad fue efímera... Como la de todos.
ResponderEliminarSaludos Sinceros.