domingo, 8 de mayo de 2016

39. Desengaño



        El atardecer apagaba la luz del día sobre el césped del jardín.
        Desde la puerta trasera de la casa podía ver las rejas que le enclaustraban. Mis pies se encaminaron hacia ellas con pasos cortos. Me abrazaba temerosa, notando como el frío me invadía de pies a cabeza. Estremeciéndome cada segundo que transcurría. Mi piel imitaba la textura del traje invisible de las gallinas desplumadas. Mis ojos sobresalían de las cuencas dejándolas vacías y oscuras.
         Quería llegar pero a la vez no llegar todavía.
          Hay sentimientos encontrados que atormentan el ego y que hagas lo que hagas, al final terminarás arrepintiéndote de lo determinado porque la duda te corroerá, pensando en qué hubiera ocurrido eligiendo lo contrapuesto.
Si alargaba la zancada, antes terminaría mi calvario y empezaría mi sufrimiento. Corrí hasta la jaula y me tiré al suelo al alcanzarla, rasgándome la piel de las rodillas, en las que aparecieron unas gotitas rojas. No había resquicio de existencia alguna. Busqué una bolita peluda dentro de los toboganes cilíndricos, no queriendo renunciar a la esperanza aún, era demasiado pronto para hacerlo, pero fue en balde. Como lo fue mirar entre los setos y los arbustos. Yuco se había ido cumpliendo su sueño.
Sola y triste lloré amargamente, pero esta vez lo hice en serio y no para martirizar a mis padres. Nunca había llorado tanto en una década de vida. Dejé correr las lágrimas como ríos que desembocan en el mar. Estaba desconsolada. Sentía un inmenso dolor en el pecho. Sin Yuco no sabría vivir. Solo superviviría. Él era ahora libre… Libre. Libre. ¡Libre!
Me levanté del suelo con la fuerza de Scarlett O’hara, pero sin rábano en la mano que echarme en la boca y orientando mi cara hacia el cielo juré -hacerlo por Snoopy hubiera sido del todo inapropiado para el melodrama en que se había convertido mi vida en las seis últimas horas-, que algún día yo también cumpliría mi sueño y sería tan libre como Yuco debía sentirse al separarse de mí. Sabía que sus aires libertarios no tenían nada que ver conmigo, no era nada personal, lo que me tranquilizaba, sino con las circunstancias que apresaban su vida.
Perseguiría ese instante en el que Yuco, al salir de su cárcel, sintió la libertad en su cuerpecillo de roedor, acercándome más a él, en su ausencia.
Me limpié las lágrimas con el reverso de la mano.
-Juro que algún día me casaré para divorciarme y ser libre.
Después de aquella tarde, no volví a llorar más… de verdad.


 


2 comentarios:

  1. Que tierna inocencia pensar que un roedor que sólo ha conocido el cautiverio y nunca ha tenido que hacer ningún esfuerzo para subsistir sería capaz de sustentarse y sobrevivir en un jardín de pijo por muy libet de alimañas que estuviese.

    Saludos animados

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  2. Amigo Uno:

    Precisamente, cuando la vida es anodina, sentimos la necesidad de explorar más allá de los barrotes que la confortan. Yuco me rogó que le liberara bajo su responsabilidad. Exenta quedo de culpas.

    Saludos sinceros.

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