domingo, 29 de marzo de 2015

12. Vida nocturna



        Finge ser sonámbula. Levántate por las noches y procura que te vean deambular por la casa distintas personas en distintos días. Si la noche del hurto el personal del servicio oye algún ruido o te ven, no les extrañará que estés levantada y no te prestaran atención.
          La mansión tenía forma de u como el Palace du Versailles, cuyos jardines recorrí en mi primera luna de miel mezclándome entre los turistas para que mi marido no me encontrara en varias horas, o como una c girada de ciento ochenta grados.
         Dos mil metros distribuidos en dos plantas con cuarenta dormitorios y baños incorporados a estos, destinados a la familia y visitas que tenían a bien pernoctar en la mansión.
          Cuatro salones eran el punto de encuentro con amigos y familiares –donde se abusaba de los licores y puros- decorados con cortinas de terciopelo en tonos tíbios y horrorosas orlas doradas con flecos. El de mayor superficie, quinientos metros, había sido testigo de las fiestas de  Sisí emperatriz que se celebraban en otros tiempos. La biblioteca, con más de diez mil libros - con aspecto de ser muy aburridos-  aromatizando el espacio con un desagradable olor a añejo y humedad, era junto a la cocina y la lavandería los lugares que mis pies menos transitaban por razones obvias.
          Las comidas y cenas, dependiendo de la finalidad de las mismas, se servían en el comedor familiar o en el comedor de los negocios, donde se daban citas cargos públicos, inversores o empresarios dispuestos a estrechar manos con sonrisas satisfactorias.
        De toda la mansión, había tres lugares donde me sentía menos incómoda: mi dormitorio, redecorado a mi gusto para sentirme como en casa; la salita del té, en la que pasábamos muchas horas los días lluviosos o demasiados fríos para salir a pasear por los alrededores y la galería. Allí desayunábamos por las mañanas con vistas al jardín de cuatro mil metros, a la pista de tenis, piscina y sauce llorón.
         En el ala oeste de la planta baja se ubicaban los aposentos y zonas comunes del servicio.
        El vestíbulo, coronado por una cúpula de cristales de colores, que ofrecía una luz horrenda, era el eje central, presidido por las escaleras en mármol blanco, muy al estilo de la casa colonial de Tara en Lo que el viento se llevó.
        La primera noche que fingí ser sonámbula salí a las once de mi dormitorio en camisón y ligeramente despeinada. A esa hora las luces aún están encendidas y André revisa que todas las puertas y ventanas están cerradas. Caminé por la mansión escaleras arriba y escaleras abajo para no dejar un rincón sin recorrer con la vista perdida en el más allá.
        Bajando las escaleras una de las veces me topé con André, que al verme se acercó con expresión denodada. De lejos debió notar que algo no marchaba bien.
          -¿Necesita algo, señora?
         Me detuve delante de él con la mirada extraviada.
          -¿Señora?
         María apareció en el vestíbulo hexagonal de noventa metros a través de la puerta que lo comunicaba con el pasillo que desemboca en la cocina, sosteniendo el  delantal en la mano. Recorrió el espacio que nos separaba sin apenas rozar el suelo con los pies, cuan zepelín sobrevolando el cielo.
          -¿Qué pasa Andrés? –se paró al pie de las escaleras. André me agarró del brazo y me ayudó a bajarlas.
           -Creo que está dormida –susurró André bajito.
           -¿Dormida? Lo que está es como una chota…
           -Ssssh, puede oírte.
          María pasó una mano por delante de mis ojos. No me inmuté.
          -Pues vamos a despertarla.
         -Si la despertamos puede sufrir una conmoción. Es lo que siempre he oído decir de niño.
        Desde entonces debía haber pasado mucho tiempo, André tendría entorno a los sesenta años y me daba la impresión de que María nació con los cincuenta cumplidos.
         -No nos caerá esa breva.
         Giré la cara hacia María sin mirarla directamente a los ojos, que le hubiera arrancado para dárselos de comer a los San Bernados mezclados con su comida especial para palurdos.
         -La acompañaré a su dormitorio… Señora, venga por aquí.
        Pasé por encima del pie de María calculando mentalmente la fuerza que debía ejercer mi talón desnudo sobre sus dedos para hacerle mucho daño.
           -Arrrg.
           Al día siguiente le pregunté a María por la ligera cojera que le detecté al caminar. Por respuesta obtuve un refunfuño.
          Ser amble con la servidumbre no garantiza un trato recíproco. Me debía que le permitiera conservar los ojos.
         Alterné las noches en las que mi agitada vida nocturna se hacía notoria. Algunas veces entraba en las habitaciones del servicio, en el ala oeste de la mansión, les acariciaba la cabeza, lo que hacía que se despertaran si estaban dormidos y después del sobresalto inicial, depositaba un beso en sus frentes. María, que incomprensiblemente me tenía entre ceja y ceja desde que llegué a la mansión, se contuvo de golpearme con el puño.
         También visitaba la cocina a la hora a la que solían cenar los empleados. Me sentaba a la mesa con ellos y guardaba silencio con la mirada puesta en la nada. A veces solo daba una vuelta alrededor de la mesa y volvía a la cama bajo la mirada desconfiada de los comensales.
 
 

3 comentarios:

  1. Cada vez sacas más partido a ese entrenamiento fotográfico.
    Se nota que tú finado antes de tiempo esposo te quería y complacía. Una gran pérdida.

    Saludos brillantes

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  2. Cada vez sacas más partido a ese entrenamiento fotográfico.
    Se nota que tú finado antes de tiempo esposo te quería y complacía. Una gran pérdida.

    Saludos brillantes

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  3. Amigo Uno, el afecto y dedicación de mi esposo hacia mí, no lo pondré nunca en duda. La perdida ha sido mayor para mí que para él, que descansa lejos de mí.

    Saludos sinceros.

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