Al entrar a la cafetería ya me esperaba
sentando a una mesa. Lo suyo no era la puntualidad, era llegar antes de tiempo
por si la persona con la que se había citado, hacía lo mismo. 
          Escribía sobre un portafolio con un café
delante que desde la puerta del local vi humeante.
          Me acerqué a la mesa que ocupaba y
le estuve observando unos segundos antes de que se percatara de que la figura
que ensombrecía los documentos sobre los que hacía anotaciones era la mía.
           -Hay hábitos que no cambian.
           Se levantó de la silla para darme
dos castos besos  –desde que finalizara
nuestra vida en común era más frío y menos solícito conmigo- y luego me ayudó a
acomodarme enfrente de él. Gonzalo y los buenos modales eran inseparables, una
de las razones por las que mi madre pensó que me había vuelto loca cuando le
comuniqué que le había pedido el divorcio.
          Llamó al camarero con un movimiento
de cabeza y mientras éste llegaba, cerró el portafolio, lo guardó en su maletín
de piel negra, e hizo lo mismo con la estilográfica.
           -Un capuccino, por favor –pedí dejando mi bolso en el asiento vacío de
al lado.
           Con las consumiciones sobre la mesa
contemplé a Gonzalo con detenimiento, no sin sentir una punzada de nostalgia
durante medio segundo. Cierto que nunca había estado enamorada, pero con sus
atenciones me sentía adulada y se desvivía por contentarme constantemente.
Hubiera hecho cualquier cosa que le hubiera pedido para conservarme a su lado,
pero no quise aprovecharme de su vulnerabilidad y preferí contarle la verdad:
que no le quería.
             Nos casamos a finales de un mes de Junio,
con los veinte años cumplidos, ocho meses después de habernos conocido.
           Gonzalo –y nuestras familias-
hubieran preferido esperar a que terminásemos las carreras y nos
estableciéramos laboralmente, en lugar de casarnos tan precipitada induciendo a
nuestro entorno a que pensara que una cigüeña de Notre Dame nos visitaría en pocos meses. 
           El amor… el amor cuando se siente
hay que vivirlo –y formalizarlo- porque a veces es pasajero y solo se hospeda
en nosotros por un periodo corto.
          -Vivamos esto ahora, mañana tú o yo
podemos no sentir lo mismo, y no tener bonitos recuerdos de los momentos que
nos merecemos.
          No sé hasta qué punto resulté convincente,
pero frente al mar, en el paseo marítimo por el que paseábamos vestidos de
blanco, se detuvo, me miró a los ojos intensamente y me abrazó tan fuerte que
casi me escurro entre su pecho y sus brazos como un pez luchando por volver al
agua. ¡Qué ganas tenía de divorciarme después de casarnos!

 
Cómo me gusta la gente humilde y consciente de sus cualidades.
ResponderEliminarSaludos discretos
Cómo me gusta la gente humilde y consciente de sus cualidades.
ResponderEliminarSaludos discretos
Amigo Uno, volvemos a coincidir en pensamientos.
ResponderEliminarSaludos sinceros.