-Vi a
Patricia la semana pasada… ¡está como un barril! –bebí un poco de café-. Sé que
no lo entendiste en su momento, que tal vez ahora tampoco entiendas mis razones
de entonces, pero lo mejor que he hecho por ti es divorciarme. Mi acierto te ha
valido para encontrar a la mujer que estaba llamada a ser la madre de tus
hijos. Lo que me hace inmensamente feliz.
-Al grano Cintia, no tengo toda la mañana.
Acaricié su mano apoyada sobre la mesa, deteniéndome en su alianza de casado, una circunferencia de oro blanco tallada.
-Sin acritud.
Retiró la mano incómodo.
Le pedí el divorcio a los veinte días de estar viviendo en una de las casas que sus padres arreglaron especialmente para nosotros. Judicialmente tienen que transcurrir tres meses desde la boda antes de poderse iniciar los trámites de cese de la convivencia.
-Quiero el divorcio. No me gusta estar casada. Creí que podría hacer que lo nuestro durase más tiempo, pero es inútil seguir insistiendo en algo que no tiene sentido.
-Tus bromas son de muy mal gusto- partió un trozo de paté y se lo metió en la boca sin apartar la vista del plato.
Mi presencia le incomodaba, los músculos tensos de su cuello me lo trasmitieron.
Dejó los cubiertos sobre el plato. El apacible y sereno Gonzalo al que nada le exacerbaba, estaba enfadado… Me pregunté si debería inquietarme.
-Estás loca.
El regreso a casa no fue ameno pero descubrí unos morritos que no hubiera conocido de haberle propuesto el divorcio.
-Soy yo quien no quiere estar vinculado a una loca de atar como tú.
No me pareció prudente hacerle saber que el loco era él por pensar que querría estar casada con un hombre tan anodino, cuyo único atractivo era el dinero que sus padres tenían en los bancos y algún día heredaría. Estaba tan cerca de conseguir mi sueño, que no quise perder el tiempo discutiendo sobre banalidades.
 
 
 
 
 
 
 
-Al grano Cintia, no tengo toda la mañana.
Acaricié su mano apoyada sobre la mesa, deteniéndome en su alianza de casado, una circunferencia de oro blanco tallada.
-Sin acritud.
Retiró la mano incómodo.
Le pedí el divorcio a los veinte días de estar viviendo en una de las casas que sus padres arreglaron especialmente para nosotros. Judicialmente tienen que transcurrir tres meses desde la boda antes de poderse iniciar los trámites de cese de la convivencia.
-Quiero el divorcio. No me gusta estar casada. Creí que podría hacer que lo nuestro durase más tiempo, pero es inútil seguir insistiendo en algo que no tiene sentido.
-Tus bromas son de muy mal gusto- partió un trozo de paté y se lo metió en la boca sin apartar la vista del plato.
Mi presencia le incomodaba, los músculos tensos de su cuello me lo trasmitieron.
Dejó los cubiertos sobre el plato. El apacible y sereno Gonzalo al que nada le exacerbaba, estaba enfadado… Me pregunté si debería inquietarme.
-Estás loca.
El regreso a casa no fue ameno pero descubrí unos morritos que no hubiera conocido de haberle propuesto el divorcio.
-Soy yo quien no quiere estar vinculado a una loca de atar como tú.
No me pareció prudente hacerle saber que el loco era él por pensar que querría estar casada con un hombre tan anodino, cuyo único atractivo era el dinero que sus padres tenían en los bancos y algún día heredaría. Estaba tan cerca de conseguir mi sueño, que no quise perder el tiempo discutiendo sobre banalidades.

 
Qué bonito poder hacer reales las ilusiones y ambiciones que albergamos, aunque sean tan caprichosas y fútiles como las tuyas.
ResponderEliminarSaludos esperazantes
Qué bonito poder hacer reales las ilusiones y ambiciones que albergamos, aunque sean tan caprichosas y fútiles como las tuyas.
ResponderEliminarSaludos esperazantes
Amigo Uno, entonces era demasiado joven y no había madura, pero la sastifacción de cumplir mi sueño es impagable. El divorcio es liberador.
ResponderEliminarSaludos Sinceros.