sábado, 27 de junio de 2015

25. El divorcio

 
 


            -Vi a Patricia la semana pasada… ¡está como un barril! –bebí un poco de café-. Sé que no lo entendiste en su momento, que tal vez ahora tampoco entiendas mis razones de entonces, pero lo mejor que he hecho por ti es divorciarme. Mi acierto te ha valido para encontrar a la mujer que estaba llamada a ser la madre de tus hijos. Lo que me hace inmensamente feliz.          Gonzalo frunció el ceño al mismo tiempo que resoplaba tan sutilmente que de no ser porque soy muy observadora, me hubiera pasado desapercibido el gesto. Algunos hombres son rencorosos y les cuesta asumir que les dejen. Y hay otros a los que no les gusta que les digan que sus parejas actuales no son tan atractivas como alguna ex novia o ex esposa. No sabría concretar en cuál de las dos vertientes remaba Gonzalo.                
           -Al grano Cintia, no tengo toda la mañana.         
           Acaricié su mano apoyada sobre la mesa, deteniéndome en su alianza de casado, una circunferencia de oro blanco tallada.           
          -Sin acritud.         
          Retiró la mano incómodo.           





          Le pedí el divorcio a los veinte días de estar viviendo en una de las casas que sus padres arreglaron especialmente para nosotros. Judicialmente tienen que transcurrir tres meses desde la boda antes de poderse iniciar los trámites de cese de la convivencia.            Su cara se fue transformando de la sorpresa al asombro en pocos minutos, mientras le argumentaba la decisión que había tomado, a la vez que se le degradaba el color.           
           -Quiero el divorcio. No me gusta estar casada. Creí que podría hacer que lo nuestro durase más tiempo, pero es inútil seguir insistiendo en algo que no tiene sentido.          
            -Tus bromas son de muy mal gusto- partió un trozo de paté y se lo metió en la boca sin apartar la vista del plato.
            Mi presencia le incomodaba, los músculos tensos de su cuello me lo trasmitieron.             Los jueves cenábamos fuera de casa y el resto de los días encargábamos comida a domicilio o nuestras madres nos traían la comida que les preparaban sus cocineras.               -Nada me gustaría más que complacerte y que esto fuera una broma, pero no es así. Te estoy pidiendo el divorcio en serio. De hecho si no me marcho esta noche de casa es para que no puedas utilizarlo en mi contra y acusarme de abandono del hogar.          
             Dejó los cubiertos sobre el plato. El apacible y sereno Gonzalo al que nada le exacerbaba, estaba enfadado… Me pregunté si debería inquietarme.         
               -Estás loca.          
                El regreso a casa no fue ameno pero descubrí unos morritos que no hubiera conocido de haberle propuesto el divorcio.          Guardó silencio hasta que al cabo de dos días, tras un fin de semana tenso de miradas reprobatorias sentenció, cuan juez mazo en mano:          
              -Soy yo quien no quiere estar vinculado a una loca de atar como tú.          
             No me pareció prudente hacerle saber que el loco era él por pensar que querría estar casada con un hombre tan anodino, cuyo único atractivo era el dinero que sus padres tenían en los bancos y algún día heredaría. Estaba tan cerca de conseguir mi sueño, que no quise perder el tiempo discutiendo sobre banalidades.
 
 
 
 
 
 
 

3 comentarios:

  1. Qué bonito poder hacer reales las ilusiones y ambiciones que albergamos, aunque sean tan caprichosas y fútiles como las tuyas.
    Saludos esperazantes

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  2. Qué bonito poder hacer reales las ilusiones y ambiciones que albergamos, aunque sean tan caprichosas y fútiles como las tuyas.
    Saludos esperazantes

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  3. Amigo Uno, entonces era demasiado joven y no había madura, pero la sastifacción de cumplir mi sueño es impagable. El divorcio es liberador.

    Saludos Sinceros.

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