domingo, 1 de mayo de 2016

38. Amnesia


 
 
Al poner los pies en la mansión, después de pasar la noche en observación, me sentí como un animal enjaulado.
El golpe en el lado derecho de la región parental solo se había saldado con una fisura en la fiel que me remendaron con nueve puntos de sutura. No había lesiones internas. Solo consecuencias.
Todos mis recuerdos se habían borrado. Era inquietante no saber quién era, ni quiénes eran las personas que me rodeaban, una panda de extraños de los que no sabía si me podía fiar porque desconfiaba de todo andante que se me acercase con fines desconocidos. Perdí la sensación de pertenecía: los objetos, las cosas, no eran mías, todo me parecía ajeno, prestado. No me sentía cómoda en mi piel, sino una invasora dentro de ella.             El doctor Gutiérrez aseguró que se trataba de una amnesia transitoria que podía durar varias horas más. Tal vez días. Puede que semanas o incluso meses, pero era poco probable que se prolongara hasta el año.
En su consultorio supe que el adorable anciano al que le había pedido que me acompañara no era mi abuelo, sino mi marido. Me inyectaron un tranquilizante cuando empecé a transpirar. Me faltaba el aire. Me ahogaba. El pulso se me aceleró y temieron que volviera a desmayarme. Alternaba las miradas entre Federico y el doctor Gutiérrez, buscando una explicación, suplicándoles que no me torturaran con una vida inventada favoreciéndose de mi desmemoria. Era un trozo de masa. Podían hacer de mí lo que quisieran. Moldearme a su gusto.
Una pareja de sesentones se nos acercó en el pasillo donde se encontraba el consultorio del que salimos. La mujer era castaña clara y tenía los ojos del color de las esmeraldas. El hombre era alto, se peinaba con la raya al medio a lo  Mark Harmon en sus tiempos de jovenzuelo y llevaba gafas de pasta marrones. Los dos vestían con elegancia. Se les notaba la clase, clase alta. Sus gestos eran delicados y sus modales exquisitos. Yo debía ser lo más parecido a una repipi. Lo llevaba en los genes. Eran mis padres.
Mi madre me besaba y me abrazaba continuamente con los ojos empañados en lágrimas. Me incomodaba su proximidad. Ella sabía que era la madre que me parió y el señor de al lado, el padre de la criatura, pero yo no sabía si era su hija. De repente un estremecimiento recorrió todas mis extremidades y busqué con horror a mi marido, que permanecía a unos pasos detrás de mí, presenciando la escena con emoción contenida… ¿Habríamos tenido hijos? No quería ni pensar en esa posibilidad ni en lo que ello suponía. Temblé. Mi padre me rodeó los hombros con brazo protector hasta llegar al parking del hospital. Allí nos separamos en dos coches. El que me llevaría a mi hogar lo conducía un chófer.
Esta gente era de postín.

2 comentarios:

  1. Hay signos de que el coscorrón no te ha sentado bien. Yo no pierdo la esperanza y creo que son duda te mejorará como persona y ser humano.

    Saludos jaquecosos

    ResponderEliminar
  2. Amigo Uno:

    Cierto, el golpe trajo consecuencias, pero ¿qué somos sino una consecuencia directa de lo que otros hicieron?

    Saludos sinceros.

    ResponderEliminar