domingo, 27 de noviembre de 2016

50. La espionaje




            Marina en sus días libres no variaba la ruta.
           La seguía caracterizada con sombrero vaquero marrón, extravagancia que hallé entre los complementos del vestidor de mi dormitorio, gafas de sol, bufanda anudada dos veces sobre el cuello cubriéndome la boca y abrigo marrón oscuro de paño. Un encuentro casual –causal evidentemente para mí- invadiría un espacio en el que se sentía segura y a salvo y la violentaría aumentando la animadversión que me tenía hasta índices alarmantes, lo contrario a lo que pretendía convirtiéndome en su sombra, por lo que trataba de pasar inadvertida, a lo que el invierno contribuía. El acercamiento entre ambas debía ser fruto de la paciencia. Quizás Marina necesitaba más tiempo que los demás para adaptarse a la nueva señora, y si como sospechaba su suspicacia era consecuencia de una acción mía del pasado, desfavorable para ella, ese periodo iba a ser largo. Mi regreso a la mansión estaba siendo duro porque me sentía una extraña, y el recelo de Marina era un factor inquietante que me incomodaba. Averiguando el origen de su desconfianza podría resolver nuestras diferencias y vivir en armonía conmigo misma.
            Su jornada empezaba en una comisaría. La primera vez que la vi entrar allí no me sorprendió. Pensé que estaba tramitando algún tipo de documentación, el pasaporte o el DNI tal vez. La segunda vez pensé lo mismo: algunos trámites se alargan y hay que insistir. La tercera vez sopesé si tendría algún tipo de problema continuado en su vida denunciado. La cuarta vez lo tuve claro: Marina tenía antecedentes penales y después de haber cumplido condena en la cárcel, le habían concedido la libertad condicional y tenía que rubricar su acto de presencia en un documento, lo que justificaría que no tardara más de diez minutos en salir de las instalaciones. 
           Algunas mañanas se reunía con dos amigas y se tomaba un café. Podía permanecer con ellas entre media hora y cuarenta y cinco minutos. En la puerta del establecimiento se despedían con sonrisas relajadas y largos abrazos.
           A la hora de la comida visitaba la casa de una mujer de unos sesenta años, que le abría la puerta de un adosado con jardín de treinta metros, y a la que besaba con evidente afecto.  
           -¿Le esperan a comer en casa? –le pregunté al taxista el primer día.
           -Vivo solo.
           -En ese caso le invito a una hamburguesa con patatas y a un refresco –dije mirando el Buguer que teníamos a doscientos metros. Le había pedido al taxista que aparcara al otro lado de la plazoleta que había delante de las casas adosadas para no llamar la atención -. Pero tendremos que comérnoslas en el coche.
            -No tengo mejor plan para hoy.
            -No pierda de vista la puerta, voy a por la comida.
            Al volver al coche me senté en el asiento del copiloto.
             -¿Alguna novedad?
             -Ninguna.
            Hacia las tres de la tarde, una de las veces, Marina salió con el perro de la señora, un galgo negro, a dar un paseo por un parque cercano a la urbanización en la que estábamos y volvió al cabo de media hora, sin dejar de consultar el móvil insistentemente.
           Tres horas sentada al lado de Popochu, como sus amigos llamaban al taxista, daban mucho de si. No había segundo que no llenara de palabras. A veces bajaba del vehículo con el pretexto de estirar las piernas, al volver a ocupar mi lugar Popucho me preguntaba si me estaba aburriendo, a lo que respondía con un no rotundo. Mentía.
            El itinerario terminaba en un edificio de Gran Vía, del que no volvía a salir hasta haber transcurrido entre dos o tres horas. El modo en que el portero de la finca la saludaba, con la cordialidad de un conocido, constataba que frecuentaba la el inmueble.
           Durante más de un mes controlé todos sus pasos fuera de la mansión, acompañada por Popucho, al que le divertía las largas jornadas de vigilancia, para las que preparaba rosquillas hechas por él mismo.  Me dio su teléfono para que le llamara si tenía que seguir a alguien más en alguna otra ocasión.

2 comentarios:

  1. ¿Para cuándo la película? Ya te veo de espía en misiones vitales para subsistencia de la humanidad y civilización tal y como la conocemos en hoy en día. Serías persona indicada para ello, para descubrir los secretos que permitiesen que tod siga como está.
    Así por fin, este mundo cambiaría, a mejor, espero.
    Saludos esperanzados

    ResponderEliminar
  2. Amigo Uno:

    Mis aspiraciones no son tan elevadas. Me conformo con espiar para mis propios intereses, los intereses de los demás, me son ajenos.

    Saludos sinceros.

    ResponderEliminar