-He tenido un sueño.
-Igual que Martín Luther King –se mofó Roberto a Regina, sentados en
uno de los tres plazas de la sala del té.
Había llegado a la mansión con la
idea de pasar un rato distendido mientras intentaba camelarme, pero al ver la
horquilla de edades de los invitados, se le quitaron las ganas de guateque.
Al lado de Regina, Gonzalo con
expresión circunspecta, consultaba insistente su reloj apoyado sobre el brazo
del sillón. Como el resto, no sabía muy bien lo que hacía allí, aunque
conociéndome como me conocía, su presencia podía considerarse como una más de
mis extravagancias.
Mis hijastros ocupaban los asientos
perpendiculares al tresillo, franqueados por el servicio al completo, al que le
pedí que no abandonaran la estancia. La cara de cada uno de ellos era aún un
despropósito mayor que la de Gonzalo, todas menos la de André, inalterable.
Federico, en su butaca de orejas, estaba a mi lado, desconocedor del motivo por
el que había reunido a tan variopinto grupo, pero con el olfato de sabueso tan
bien desarrollado que se olía algo.
Empecé a caminar por la sala. Desde la ventana se veía al sauce llorón en
su eterna soledad del jardín. Verle me reconfortaba y abrazarlo recomponía mis
flaquezas.
-He soñado que planeábamos robar el Fabergé de Federico -me detuve
detrás del falso Roberto, al que las ganas de bromear se le atragantaron en la
garganta. Tragó saliva mirando a los asistentes de un lado y del otro-. Éramos
amantes ocasionales y nuestros encuentros tenían lugar en el apartamento que
tienes alquilado encima del mío de Gran Vía.
Nadie, excepto Regina -y Marina-, conocía de la existencia de la relación que
me unía a Alex. Sospechaba, que por la complicidad que había detectado esa
tarde entre ambos, era la misma que les unía a ellos. Regina desde que le conté
mi encuentro con Roberto, sabía que me estaba engañando respecto a su identidad
y prefirió callar, probablemente con segundas intenciones. Todas las mujeres
próximas a él, las tenemos. Alex era un catalizador capaz de modificar
voluntades ajenas. Conmigo había hecho lo mismo.
Dejé
descansar mi mano sobre su hombro. Noté que temblaba bajo ella. Nuestros
ojos intercambiaron información secreta: ambos sabíamos quién era el otro.
Estaba a punto de depositarse encima.
-Contábamos con la réplica exacta del Farbegé que encargaste hacer, para
que los sustituyera por el original mientras Federico dormía, y nadie se
percatara de su desaparición –me aproximé a mi marido, que era el único al que
la situación le divertía y le cogí la mano con delicadeza-. Para asegurarnos de
que Federico no se despertara, le suministré unos tranquilizantes que le
llevaron al hospital.
Mi
marido me apretó la mano suavemente para insuflarme seguridad. El camino
elegido me guiaría hasta la redención.
-Sabía que eras la responsable del estado de mi padre –mi hijastra se levantó
de un brinco y me acusó con el dedo, fuera de sí. Su agilidad me sorprendió.
Con una rutina de ejercicio diario hasta podría participar en un triatlón.
Fruncí
el ceño. A todos los efectos seguía amnésica, por lo que al replicarle –y nada
me apetecía más en aquel momento-, me delataría. Miré el sauce llorón e imaginé
que lo abrazaba, sintiendo como un halo de serenidad ascendía por mi cuerpo
desde los pies.
Me
agaché delante de mi marido con su mano aún tomando la mía. Besé sus arruguitas
hinchadas.
-Si alguna vez he puesto en peligro tu vida no fue intencionadamente.
-¡Mientes! ¡Casi le matas! –gritó la mujer que instó a sus hermanos a que
incapacitara a su padre para que no se casara conmigo, con el rostro del color
de los tomates maduros.
-Si me permiten los señores –André dio un paso al frente. Federico
asintió con la cabeza; Gonzalo resopló pensando en Agatha Christie; Alex
y Regina se miraron de soslayo; el resto del servicio contuvo el aliento-. El
día que ingresaron al señor, la señora se alarmó mucho al llegar a casa
cuando le informé que el señor aún dormía y de que alguien hubiera dado la
orden en su nombre de que no se le despertara hasta su llegada. Me consta que
el bienestar del señor es prioridad de la señora.
Le agradecí a André su
intervención con una breve sonrisa.
Alex desvió la mirada hacia Marina que halló gran interés en mirarse los
zapatos que llevaba puestos.
-¿Y quién fue esa persona? –quiso saber el afectado.
-Lo ignoro señor.
La lealtad de André a sus principios era inquebrantable. Actuaba
siguiendo las directrices de su conciencia. Noté que Marina respiraba aliviada
con los ojos aún puestos en sus pies.
Con los nervios a medio templar, la apocalíptica tomó asiento y yo
proseguí con el relato del sueño.
La línea que separa el mundo onírico del real es tan estrecha que a veces ambos
parecen confundirse en uno solo.
Bueno, ya sabemos con que se EntrEtiénne la falsa desmemoriada. Con rememoraciones de tiempos pasados y el estudio de la geografía masculina de mozalvete de nombre gavacho.
ResponderEliminarSeguro que su marido no haría lo mismo, al menos, con el mismo.
Saludos díscolos
Amigo Uno:
ResponderEliminarCuando la mayoría de la cosas en la vida de uno mismos van mal, recordar los momentos buenos vividos, es un consuelo.
Saludos sinceros.