domingo, 12 de febrero de 2017

58. El sueño



          -He tenido un sueño.
          -Igual que Martín Luther King –se mofó Roberto a Regina, sentados en uno de los tres plazas de la sala del té.
          Había llegado a la mansión con la idea de pasar un rato distendido mientras intentaba camelarme, pero al ver la horquilla de edades de los invitados, se le quitaron las ganas de guateque.
         Al lado de Regina, Gonzalo con expresión circunspecta, consultaba insistente su reloj apoyado sobre el brazo del sillón. Como el resto, no sabía muy bien lo que hacía allí, aunque conociéndome como me conocía, su presencia podía considerarse como una más de mis extravagancias.
         Mis hijastros ocupaban los asientos perpendiculares al tresillo, franqueados por el servicio al completo, al que le pedí que no abandonaran la estancia. La cara de cada uno de ellos era aún un despropósito mayor que la de Gonzalo, todas menos la de André, inalterable.
           Federico, en su butaca de orejas, estaba a mi lado, desconocedor del motivo por el que había reunido a tan variopinto grupo, pero con el olfato de sabueso tan bien desarrollado que se olía algo.
          Empecé a caminar por la sala.  Desde la ventana se veía al sauce llorón en su eterna soledad del jardín. Verle me reconfortaba y abrazarlo recomponía mis flaquezas.
          -He soñado que planeábamos robar el Fabergé de Federico -me detuve detrás del falso Roberto, al que las ganas de bromear se le atragantaron en la garganta. Tragó saliva mirando a los asistentes de un lado y del otro-. Éramos amantes ocasionales y nuestros encuentros tenían lugar en el apartamento que tienes alquilado encima del mío de Gran Vía.
          Nadie, excepto Regina -y Marina-, conocía de la existencia de la relación que me unía a Alex. Sospechaba, que por la complicidad que había detectado esa tarde entre ambos, era la misma que les unía a ellos. Regina desde que le conté mi encuentro con Roberto, sabía que me estaba engañando respecto a su identidad y prefirió callar, probablemente con segundas intenciones. Todas las mujeres próximas a él, las tenemos. Alex era un catalizador capaz de modificar voluntades ajenas. Conmigo había hecho lo mismo.
          Dejé descansar mi mano sobre su hombro. Noté que temblaba bajo ella. Nuestros ojos intercambiaron información secreta: ambos sabíamos quién era el otro. Estaba a punto de depositarse encima.
          -Contábamos con la réplica exacta del Farbegé que encargaste hacer, para que los sustituyera por el original mientras Federico dormía, y nadie se percatara de su desaparición –me aproximé a mi marido, que era el único al que la situación le divertía y le cogí la mano con delicadeza-. Para asegurarnos de que Federico no se despertara, le suministré unos tranquilizantes que le llevaron al hospital.
          Mi marido me apretó la mano suavemente para insuflarme seguridad. El camino elegido me guiaría hasta la redención.
          -Sabía que eras la responsable del estado de mi padre –mi hijastra se levantó de un brinco y me acusó con el dedo, fuera de sí. Su agilidad me sorprendió. Con una rutina de ejercicio diario hasta podría participar en un triatlón.
          Fruncí el ceño. A todos los efectos seguía amnésica, por lo que al replicarle –y nada me apetecía más en aquel momento-, me delataría. Miré el sauce llorón e imaginé que lo abrazaba, sintiendo como un halo de serenidad ascendía por mi cuerpo desde los pies.
          Me agaché delante de mi marido con su mano aún tomando la mía. Besé sus arruguitas hinchadas.
           -Si alguna vez he puesto en peligro tu vida no fue intencionadamente.
           -¡Mientes! ¡Casi le matas!  –gritó la mujer que instó a sus hermanos a que incapacitara a su padre para que no se casara conmigo, con el rostro del color de los tomates maduros.
           -Si me permiten los señores –André dio un paso al frente. Federico asintió con la cabeza; Gonzalo resopló pensando en Agatha Christie; Alex y Regina se miraron de soslayo; el resto del servicio contuvo el aliento-. El día que ingresaron al señor, la señora se alarmó mucho al llegar a casa cuando le informé que el señor aún dormía y de que alguien hubiera dado la orden en su nombre de que no se le despertara hasta su llegada. Me consta que el bienestar del señor es prioridad de la señora.
           Le agradecí a André su intervención con una breve sonrisa.
           Alex desvió la mirada hacia Marina que halló gran interés en mirarse los zapatos que llevaba puestos.
           -¿Y quién fue esa persona? –quiso saber el afectado.
           -Lo ignoro señor.
         La lealtad de André a sus principios era inquebrantable. Actuaba siguiendo las directrices de su conciencia. Noté que Marina respiraba aliviada con los ojos aún puestos en sus pies.
           Con los nervios a medio templar, la apocalíptica tomó asiento y yo proseguí con el relato del sueño.
           La línea que separa el mundo onírico del real es tan estrecha que a veces ambos parecen confundirse en uno solo.
 

2 comentarios:

  1. Bueno, ya sabemos con que se EntrEtiénne la falsa desmemoriada. Con rememoraciones de tiempos pasados y el estudio de la geografía masculina de mozalvete de nombre gavacho.

    Seguro que su marido no haría lo mismo, al menos, con el mismo.

    Saludos díscolos

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  2. Amigo Uno:

    Cuando la mayoría de la cosas en la vida de uno mismos van mal, recordar los momentos buenos vividos, es un consuelo.

    Saludos sinceros.

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