domingo, 4 de junio de 2017

60. El foulard



          Entré en el edificio de dos plantas con fachada en pizarra y me detuve en el vestíbulo, mezclándome con la gente que aguardaba su turno para renovarse el carné de identidad o el pasaporte, en una sala contigua, separado del resto del recinto por una pared de cristal con una franja esmerilada donde se leía: “Policía Nacional”.
           Marina saludaba a los agentes  que le salían al paso con familiaridad, caminando con firmeza y seguridad, como si sus pies conocieran a la perfección la superficie que pisaban. Entró en uno de los despachos abiertos. Al poco un hombre corpulento y trajeado sin corbata, salió del habitáculo para ir a la máquina del café del pasillo, de la que se sirvió dos vasos y deshaciendo sus pasos, volvió al lugar que quince minutos más tarde, Marina abandonaría tan decidida como había entrado.
            Dejé caer las gafas de sol, con las que jugueteaba con las manos, al suelo de forma descuidada. Agachada entre pantalones y faldas era menos probable que Marina se fijara en mí al atravesar el vestíbulo en el que se despidió de dos policías que franqueaban la entrada.
            -Nos vemos Blasco –le espetó uno de ellos a lo que ella respondió con una casi imperceptible sonrisa.
            No me tembló el dedo al llamar al timbre de la casa que Marina visitaba en sus días libres y sonreí a la señora con rostro afable que en pocos minutos apareció delante de mí.
            -Creo que esto se le ha caído a la chica que acaba de salir de su casa.
           La mujer, que compartía con Marina el mismo marrón de ojos, cogió el foulard y arrugó el ceño tratando de recordar que llevaba puesto la aludida ese día.
            -Nunca se lo he visto a mi hija. Debe ser de otra persona.
            A través de la puerta abierta se veía el recibidor de la casa, con un espejo del tamaño de una ventana colgado de la pared; un perchero con dos abrigos de mujer y un paragüero de cerámica blanca vacío. A mi derecha un buzón blanco con dos nombres: Frugencia López Navío y Eva Blasco López.
            -Quédeselo de todas formas. Es un foulard muy bonito. Su hija lamentará haberlo perdido si es suyo.
            Así fue como le regalé a Eva (la falsa Marina), una exquisitez de seda natural, adquirida en Roma y desterrada en el fondo de un cajón del ámbito público.
 

2 comentarios:

  1. La vida es sueño y los sueños, sueños son.
    Que lios. No sólo reunes tan variopinta pandilla sino que incluso sumas Morfeo a ella.

    Saludos oniricos

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  2. Amigo Uno:

    Sin los sueños no seríamos nadie.
    Los que se tienen despiertos, amenizan nuestras vidas. Los que se tienen dormidos, ayudan a entenderla.

    Saludos sinceros.

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