domingo, 11 de junio de 2017

61. La carta



          Federico depositó la mirada vidriosa sobre una Eva desazonada que empezaba a vislumbrar la magnitud y velocidad que estaban tomando las cosas. Estaba decepcionado.
          Ella era su informante dentro de la mansión, pero tras mi relato, mi esposo dudaba de la veracidad de las informaciones de la agente y de la intencionalidad puestas en ellas y en sus acciones. Él sabía muy bien que cuando el amor se adueña del corazón, la razón es susceptible de perderse. Eva había elegido la peor forma posible de alcanzarlo.
          Proseguí con lo que nos ocupaba y a algunos preocupaba.
          -Al descubrir el doble juego de Alex aborté el plan, arrepintiéndome de cada uno de los movimientos que había hecho y enojada conmigo misma por no haberme dado cuenta de que el único plan existente, era el que Alex había diseñado para sí mismo. Las demás solo éramos herramientas necesarias para llevarlo a cabo.
         Reconocí la punzada de dolor que Eva sentía en su pecho al tiempo que la pobre desdichada tomaba conciencia de que había permitido que la enredase un hombre que no le correspondía del mismo modo que ella le amaba y que le había utilizado vilmente. Las consecuencias de su flaqueza serían de proporciones desorbitadas.
           -No fueron necesarias demasiadas palabras cuando le devolví el Fabergé a Federico. Él estaba al tanto de muchas de las cosas que había hecho para que la joya acabara en mis manos y respondió con su habitual generosidad… -un atisbo de emoción estuvo a punto de manifestarse en mis ojos a través de una lágrima que detuve a tiempo de que cayera rodando por la mejilla.- Ese día todos en la mansión supieron que mi conducta no había sido adecuada. El intercomunicador del dormitorio de Federico estaba activado.
           Miré al servicio uno por uno, sorprendiéndome de no percibir en María, mi gran detractora, una actitud reprobadora. Al contrario parecía satisfecha con mi confesión. André mostraba conformidad en su faz serena y el resto de las chicas se columpiaban entre la confusión y el temor a que los hechos les salpicaran. Aún no entendían porque les había pedido que se quedaran a oír lo que consideraban una confesión.
            Los ojos de la jineta apocalíptica brillaron como los de un gato en la oscuridad y una sonrisilla cruel cambió la forma de sus labios.
            La mañana que Federico volvió del hospital a casa, sus hijos se quedaron a comer con nosotros. La jineta me vio salir al jardín corriendo y aprovechó la ausencia para ir al dormitorio de su nonagenario padre y activar el intercomunicado. No me tragaba porque siempre fui una amenaza para la fortuna de su padre. Quería tenerme controlada.
            -Una mosca revoloteando dentro de la urna del Fabergé precipitó los acontecimientos. Iba a devolver la joya antes de que alguien deparara en el cambiazo, pero la naturaleza es sabia y actúa con contundencia para que nos descubramos la cabeza ante ella. La mosca fue providencial. Desvelar lo ocurrido, descargó de mis hombros el peso que doblaba mi espalda. Contaros el sueño ha liberado mis inquietudes y por fin puedo respirar serena.
             Enmudecimiento general.
            Gonzalo se levantó y se sirvió un whisky de la mesa donde se había instalado los canapés y las bebidas. Le seguí con la boca seca. Necesitaba beber agua.
             -Ahora si te pareces a la mujer con la que me hubiera gustado casarme.
             -¿Me ayudarás si lo necesito?
             -Este momento llega tarde. Para algunas cosas no hay vuelta atrás.
             -Tengo grabada la confesión –la apocalíptica mostró su móvil, el tesoro más preciado que poseía, por la sonrisa endiablada con que acompañaba el gesto. Ella y sus hermanos rodeaban al patriarca, sentado en su butaca de orejas.
             -No es una confesión. Es la manifestación de la mente de una amnésica, que tiene recuerdos pocos nítidos sobre la realidad y la confunde.
            Me giré hacia Gonzalo que se nos acercaba con el vaso de whisky en la mano y ese aire de intelectual que en la adolescencia le hacía aburrido y con una década más, interesante.
              -El audio del relato de un sueño no tiene solidez judicial -adjudicó.
             Nos miramos dos segundos. Me estaba echando un cable, aunque no lo reconociera. Era el amor de su vida por llegar demasiado temprano a ella, y aunque hubiera intentado alimentar el odio y detestarme, hay sentimientos que no se desarraigan fácilmente.
             -Ésta no ha perdido la memoria nunca. Todo ha sido una farsa –el desprecio que la jineta sentía hacia mí, era evidente, me pregunto por qué -. Demasiados detalles.
             -Que le he contado yo –mi marido acudió en mi rescate -. Otras cosas las imagina.
             -Ja –Alex, a pocos metros de nosotros cuchicheaba con Regina. Eva merodeaba cerca de él procurando acortar distancias -. Me marcho.
             Se ajustó la chaqueta al cuerpo aireado.
            Federico se levantó de la butaca y se abrió paso entre sus hijos.
            -Siéntate, hijo. Esto aún no ha terminado –nos miró al resto-. Por favor, tomad asiento.
            Mi marido se había referido a mi amante como ¿¡hijo!?, en un tono autoritario. Lo que sin duda aclaraba lo que le importaba que le hubiera traicionado con él durante nuestro matrimonio. Nada.
            El desconcierto se instaló en nuestras caras.
            Obedecimos volviendo a ocupar los presentes nuestro asiento en la platea para asistir a un nuevo espectáculo que prometía mucho más que el anterior.
            -Andrés, por favor, lea el contenido de la carta que el he entregado antes.
            Andrés extrajo del bolsillo interior de su chaqué negro, un sobre que reconocí como el que estaba en la caja fuerte de la biblioteca mientras buscaba el código que desactivaba la alarma a la que estaba conectada la urna
            Sacó el papel manuscrito del sobre y procedió a su lectura, fechado Febrero de ese mismo año.
         “Queridos hijos míos:
           Por la presente expreso mi deseo de que el Fabergé que en gran estima tengo, por los lazos sentimentales que me unen a él, quede en usufructo de mi esposa, Cintia Aurora María Van Heley de Haut, desde la fecha del encabezamiento de esta misiva, para que disponga de la valiosa pieza con el buen criterio que la precede, no pudiendo ser objeto de transacción económica alguna, hasta que el último de mis hijos, haya de reunirse conmigo y con vuestra madre, por quien mi corazón no ha dejado de latir un solo instante. A pesar de su ausencia, despierta conmigo todas las mañanas y todas las noches duerme a mi lado.
          Cúmplase mi voluntad.
 
          Os quiere, vuestro padre.”
         Asombro generalizado. El brillo del triunfo acudió a mis ojos, fijos en mi hijastra, que se debatía entre la rabia y la emoción.
         -Mi esposa puede disponer de todo cuanto poseo como le plazca, incluido el Fabergé.
         Adoraba a ese hombre que vivía cuatro pasos por delante de mí, para allanarme el camino y protegerme de las fieras que me acechaban, aunque éstas llevaran su sangre. Federico era lo más parecido a un ángel que había en mi vida, y siempre le estaría agradecida.
         -Querida, me casé contigo para cuidarte de ti misma, pero no lo hice por ti, no me creas tan altruista, lo hice por el hombre que más he querido en los muchos días que acumulo de existencia: tu abuelo.
         El segundo acto daba comienzo.



 
 

2 comentarios:

  1. "Show must go on" que diría Freddy Mercury.
    Ays, no sé yo si es función o espectaculo.
    Sorpresitas hay, miedito del bueno me da como puede acabar todo esto.

    Saludos intrigados que no intritantes

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  2. Amigo Uno:

    Los mejores finales son los imprevistos.

    Saludos sinceros.

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