Inicié este viaje hacia el pasado hace más de
cuatro años. Escribir mis recuerdos me ha servido de distracción en lo largas
que se hacen las horas y me ha enfrentado a episodios de mi vida que hubiera
preferido que no se produjeran, aquellos que tienen que ver con mi impetuosidad
y la carencia de afectación hacia personas.
Las experiencias, buenas o malas, guían hacia
donde encaminamos nuestros pasos, y en el mejor de los casos, enseñan. He
aprendido de los errores y seguiré haciéndolo con los nuevos que cometa.
Me tomo un receso en la redacción de mis
memorias. Después de vaciarme, debo tomar distancia para empezar de nuevo. He
descubierto que me gusta escribir y que hacerlo sobre vivencias propias libera
el alma que planea a sus anchas si anclajes que la fijen a ningún sitio. Estoy
en tiempos de cambios. Cuando me asiente llenaré hojas de tinta azul.
En pocas semanas regresaré al mundo del que he
estado retirada. Me levantan el castigo por buena conducta... Al menos esto lo
he hecho bien. Una mezcla de temor y expectación me mantienen despierta en las
horas de oscuridad, desde que sé que me encontraré con mi hija, mi pequeña
Aldonza, a la que sueño estrechando entre mis brazos durante horas sino no se
cansa antes, y con una vida que será otra.
En mi celda tengo una ventana pequeña y alta con
rejas. Por las noches cuando me tumbo en el camastro miro la única estrella que
se ve, y pienso en quienes la estarán mirando y desde donde.
Aún pienso en él.
Yuco.
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