sábado, 23 de marzo de 2019

98. Memorias de una jeta



             Inicié este viaje hacia el pasado hace más de cuatro años. Escribir mis recuerdos me ha servido de distracción en lo largas que se hacen las horas y me ha enfrentado a episodios de mi vida que hubiera preferido que no se produjeran, aquellos que tienen que ver con mi impetuosidad y la carencia de afectación hacia personas.
Las experiencias, buenas o malas, guían hacia donde encaminamos nuestros pasos, y en el mejor de los casos, enseñan. He aprendido de los errores y seguiré haciéndolo con los nuevos que cometa.
Me tomo un receso en la redacción de mis memorias. Después de vaciarme, debo tomar distancia para empezar de nuevo. He descubierto que me gusta escribir y que hacerlo sobre vivencias propias libera el alma que planea a sus anchas si anclajes que la fijen a ningún sitio. Estoy en tiempos de cambios. Cuando me asiente llenaré hojas de tinta azul.
En pocas semanas regresaré al mundo del que he estado retirada. Me levantan el castigo por buena conducta... Al menos esto lo he hecho bien. Una mezcla de temor y expectación me mantienen despierta en las horas de oscuridad, desde que sé que me encontraré con mi hija, mi pequeña Aldonza, a la que sueño estrechando entre mis brazos durante horas sino no se cansa antes, y con una vida que será otra.
En mi celda tengo una ventana pequeña y alta con rejas. Por las noches cuando me tumbo en el camastro miro la única estrella que se ve, y pienso en quienes la estarán mirando y desde donde.
Aún pienso en él.
Yuco.
 
 



 
 

 
 

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