Aldonza Constanza Guiomar Van Heley de Haut
nació en primavera. Tiene los ojos almendrados del padre y el color esmeralda
de los de la madre. Es la criatura más hermosa que podría haber alumbrado.
Pronto cumplirá cinco años.
Mis padres se ocupan de su educación mientras
estoy fuera. Tienen la oportunidad de redimirse de los errores que cometieron
conmigo a través de su nieta. Les pedí
que no suplieran mi ausencia –ni la de un padre al que jamás he mencionado-
concediéndole caprichos y dándole todo lo que yo tuve por ser hija única; que
no hicieran de ella una versión actualizada de mí y que le enseñaran a valerse
por sí misma para alcanzar sus objetivos.
"Todo
esfuerzo tiene su recompensa”.
Esta es la frase que le bordé en cursiva
mientras esperaba su llegada, llena de temores y expectación por conocerla, y
que cuelga en su dormitorio enmarcada. Durante el embarazo aprendí a bordar, a
hacer crochet, punto y a coser, solo para que mi hija estuviera rodeada por
todo el amor que puse en cada sábana que bordé, en cada mantita que tejí, en
cada chaquetita que la abrigarían como si fueran mis brazos ausentes.
Algún día le contaré porque pasé tanto tempo
fuera de casa en sus primeros años de vida. Sabrá que cuando no se actúa correctamente,
el precio a pagar es muy alto. El mío fue la libertad.
No le ocultaré como era, pese a que me
avergüence recordar la frialdad de algunas conductas y conserve ramalazos
necesarios para la supervivencia. De repente no tengo espíritu de santurrona, pero
diferencio lo que está muy mal de pequeñas maldades que resarcen al alma.
Los Van Heley de Haut se sorprendieron al
comunicarles que iban a ser abuelos. Lo hice en su casa, después de la comida
mientras nos tomábamos, ellos un café y yo una manzanilla para mitigar los
efectos de la acidez de estómago. Inmediatamente a su mente acudió una duda que
resolví sin demora.
-Es mi hija y es vuestra nieta.
Nunca me han preguntado por su origen aunque
sospechan que es fruto de la cordura y no de la locura.
Desde que confirmé su existencia en el baño de
mi dormitorio de la mansión, supe dos cosas: que sería una niña y que nunca
tendríamos mascotas en casa.
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