sábado, 24 de enero de 2015

4. La cocina


 
     

       Llevábamos veinte minutos sentados a la mesa instalada debajo del sauce llorón esperando a que una de las sirvientas llegara con la bandeja de provisiones. Aburrida de escuchar a las esposas momias hablar sobre el mercadillo benéfico que pensaban organizar a finales de esa misma semana –el cuarto en lo que iba de mes- y a los tutakámones, sobre la cotización en bolsa de las acciones de sus empresas, me levanté con la excusa de ir a la cocina y averiguar el motivo de la demora.
         Una vez allí le pedí a Abecedé 
que sirviera primero las pastas y después las bebidas. Mi móvil sonó, miré el número desde el que me marcaban y arrugué la cara con expresión abrumada.
         -Son otra vez los de la compañía de teléfono… Hazme un  favor María –me dirigí a la cocinera, que era la única persona que había en la cocina-. Atiende la llamada y anota todo lo que te digan. Encontrarás una libreta y algo con lo que escribir en el cajón del bureau del vestíbulo. Ya me encargo yo de esto
.
         Me miró reticente, pero hizo lo que le dije. Después de dos años viviendo en la mansión, los seis miembros fijos que componían el servicio estaban habituados a las extravagancias de la señora
y no les sorprendía nada de lo que hiciera o dijera.
         
Tras cerciorarme de que estaba sola, saqué del bolsillo del pantalón el blíster de pastillas y sobre una servilleta de papel, sirviéndome del mango de un cuchillo -que fue lo que encontré a mano-, machaqué las pastillas del color de las naranjas. Como me parecía que había poco polvo y previendo que algunos gramos se quedarían adheridos a la servilleta de textura rugosa, machaqué otros dos tranquilizantes más y los diluí en el agua que hervía en el fogón. Federico era el único que tomaba infusiones por las tardes, por lo que nadie más que él bebería del contenido de la tetera.        Sobre la bandeja que había encima de la encimera, preparada con las tazas, el azucarero y la cafetera, puse la tetera.

         Abecedé, de vuelta de llevar las pastas al jardín irrumpió en la cocina. Hice ademán de coger la bandeja para justificar mi aún permanencia allí - rincón de la mansión que no frecuentaba, excepto puntualmente para dar instrucciones- pero Abecedé
, que al igual que el resto de sus compañeros pensaba que era una torpe redomada, se precipitó sobre la encimera para evitar que se me cayera de las manos y verse obligada a recoger el destrozo.
        -Déjeme a mí, señora
.
        
Me aparté para cederle el paso. María entró refunfuñando y me devolvió el móvil y las anotaciones que había tomado. Eché un vistazo al papel de soslayo.         -Todas las compañías te ofrecen las mejores prestaciones y servicios, pero la realidad es que acaban siendo solo un puñado de palabras vacías de contenido.
         Arrugué el papel y lo lancé al aire para que María lo cogiera al vuelo.
         -Puedes tirarlo. No me interesa.
        A María se la llevaron los demonios pero guardó silencio. A las señoras de la casa no se las replica, aunque sean tan insufribles –excepcionales- como yo.  Se las obedece si se quiere mantener el empleo.


2 comentarios:

  1. Auri, tú si que sabes establecer una relación de complicidad con los empleados.
    Me preocupa un poco eso de los polvos, espero que sea por mantener la buena salud del medicado.

    Saludos

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  2. Amigo Uno, a veces me cuesta discernir cuando escribe en sentido figurado, de cuando lo hace afin a sus pensamientos. Me tomaré sus palabras como la aprobación al excelente trato que siempre y sin excepción les he procurado a todos mis subordinados.

    Por otra parte, me congratula que mi ex marido haya suscitado tan noble afecto en su persona, que le preocupe su bienestar, lamentando que tal afecto no anidara en mí.

    Saludos sinceros.

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