sábado, 31 de enero de 2015

5. Bien avenidos




       Me reuní en el jardín con Federico, los tutakámones y las esposas momias, que charlaban animadamente sobre cómo invertir en países europeos sin que Hacienda  interviniera en los beneficios. Con la evasión de impuestos de sus maridos, las esposas momias tenían suficiente capital para hacer donaciones anónimas –significándose menos que en los mercadillos que organizaban- a las distintas asociaciones con las que colaboraban, pero preferían apelar a la caridad humana del prójimo -de la que carecían- para recaudar fondos, sin comprometer los propios, cuyo origen negarían conocer delante de un juez, si el fisco pescaba a los faraones en sus actividades económicas, alegando, a la vez que se enjuagarían las lágrimas con un pañuelo bordado de seda,  que confiaban ciegamente en sus maridos, pues enamoradas andaban hasta las trancas –aún no pudiéndose ver cada vez que coincidían en algunas de las estancias de sus casas y durmieran en habitaciones separadas- por lo que no estaban enteradas de la misa, la mitad.
       -Estas galletas nos las han traído directamente de Dinamarca… Son exquisitas –dije mordisqueando una butler cookie-. ¿Un poco más de té, querido? Te lo sirvo.
        Me aseguré de que se tomara la tetera entera para que por la noche su sueño fuera tan profundo que ni un huracán le despertara. Tenía que estar bien dormido para llevar a cabo lo que me traía entre manos con Alex.
        Al poco de irse sus amigos, Federico empezó a bostezar y a sentir somnolencia. Le acompañé a la sala de estar para que se sentara un rato en su sillón de orejas. Casi todos los muebles de la mansión habían pertenecido a sus padres, heredados de sus bisabuelos. No eran de mi estilo, pero se conservaban en buen estado y el tiempo los había convertido en reliquias –espantosas- de museo. La primera vez que puse los pies en la mansión, tuve la sensación de estar adentrándome en la casa del terror de un parque de atracciones temático.
        -Ha sido una tarde muy agradable querido,  pero te has esforzado más de lo que deberías –le dije sentada a su lado-. Pediré que nos sirvan la cena en media hora y después te irás a descansar… No quiero que te excedas tanto con las visitas.
        Me dio unas palmaditas cariñosas sobre las manos que apoyaba en mis rodillas.
        -Te preocupas demasiado, querida. Te prometo que algún día te compensaré por todas tus atenciones.
        Posé una mano sobre su mano rugosa. La piel era tan fina que las venas verdosas se le transparentaban, lo que me daba repelús, pero hay veces que hay que hacer de tripas corazón y seguir hacía delante, aunque luego se vomite a escondidas.
         -Nunca lo suficiente. Tu bienestar es mi prioridad. Me siento afortunada de que me eligieras para este viaje que iniciamos juntos… -Y que no esperaba que durase tanto tiempo.
        No puede decirse que quisiera a mi marido pero en ocasiones llegué a sentir la clase de ternura que despierta un vertebrado recién nacido en un ser humano con un mínimo de sensibilidad.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

2 comentarios:

  1. Auri, creo que mereces que el Gobierno te pague una ayuda a la dependencia por cuidar de tu señor esposo.
    Yo no me demoraria y haría la solicitud ya mismo. Tanta entrega y cariño debe ser oficializado y recompensado.

    Saludos burocráticos

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  2. Amigo Uno, sus ideas son brillantes, pero el camino burocrático hubiera sido muy corto por una sencilla razón: mi marido siempre ha amasado dinero y no le hubieran concedido subvención de ningún género para que pagará a la persona que cuidara de el. Así son de quisquillosos son en los ministerios.

    Por otra parte, con una pensión tan baja, no habría tenido bastante para hacerme la manicura en dos dedos.

    La paciencia es un atajo hacia el cielo.

    Saludos sinceros.

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