Me reuní en el jardín con Federico,
los tutakámones y las esposas momias, que charlaban animadamente
sobre cómo invertir en países europeos sin que Hacienda  interviniera en
los beneficios. Con la evasión de impuestos de sus maridos, las esposas momias tenían suficiente
capital para hacer donaciones anónimas –significándose menos que en los
mercadillos que organizaban- a las distintas asociaciones con las que
colaboraban, pero preferían apelar a la caridad humana del prójimo -de la que
carecían- para recaudar fondos, sin comprometer los propios, cuyo origen
negarían conocer delante de un juez, si el fisco pescaba a los faraones en sus actividades económicas,
alegando, a la vez que se enjuagarían las lágrimas con un pañuelo bordado de
seda,  que confiaban ciegamente en sus
maridos, pues enamoradas andaban hasta las trancas –aún no pudiéndose ver cada
vez que coincidían en algunas de las estancias de sus casas y durmieran en
habitaciones separadas- por lo que no estaban enteradas de la misa, la mitad. 
       -Estas galletas nos las han traído
directamente de Dinamarca… Son exquisitas –dije mordisqueando una butler
cookie-. ¿Un poco más de té, querido? Te lo sirvo. 
        Me aseguré de que se tomara la tetera
entera para que por la noche su sueño fuera tan profundo que ni un huracán le
despertara. Tenía que estar bien dormido para llevar a cabo lo que me traía
entre manos con Alex.
        Al
poco de irse sus amigos, Federico empezó a bostezar y a sentir somnolencia. Le
acompañé a la sala de estar para que se sentara un rato en su sillón de orejas.
Casi todos los muebles de la mansión habían pertenecido a sus padres, heredados
de sus bisabuelos. No eran de mi estilo, pero se conservaban en buen estado y
el tiempo los había convertido en reliquias –espantosas- de museo. La primera
vez que puse los pies en la mansión, tuve la sensación de estar adentrándome en
la casa del terror de un parque de atracciones temático.
        -Ha sido una tarde muy agradable querido,  pero te has esforzado más de lo que deberías
–le dije sentada a su lado-. Pediré que nos sirvan la cena en media hora y
después te irás a descansar… No quiero que te excedas tanto con las visitas.
        Me dio unas palmaditas cariñosas
sobre las manos que apoyaba en mis rodillas.
        -Te preocupas demasiado, querida. Te prometo que algún día te compensaré por todas tus
atenciones.
        Posé una mano sobre su mano rugosa.
La piel era tan fina que las venas verdosas se le transparentaban, lo que me
daba repelús, pero hay veces que hay que hacer de tripas corazón y seguir hacía
delante, aunque luego se vomite a escondidas.
         -Nunca lo suficiente. Tu
bienestar es mi prioridad. Me siento afortunada de que me eligieras para este
viaje que iniciamos juntos… -Y que no esperaba que durase tanto tiempo.
        No puede decirse que quisiera a mi marido pero en ocasiones llegué a sentir la
clase de ternura que despierta un vertebrado recién nacido en un ser humano con
un mínimo de sensibilidad.

 
Auri, creo que mereces que el Gobierno te pague una ayuda a la dependencia por cuidar de tu señor esposo.
ResponderEliminarYo no me demoraria y haría la solicitud ya mismo. Tanta entrega y cariño debe ser oficializado y recompensado.
Saludos burocráticos
Amigo Uno, sus ideas son brillantes, pero el camino burocrático hubiera sido muy corto por una sencilla razón: mi marido siempre ha amasado dinero y no le hubieran concedido subvención de ningún género para que pagará a la persona que cuidara de el. Así son de quisquillosos son en los ministerios.
ResponderEliminarPor otra parte, con una pensión tan baja, no habría tenido bastante para hacerme la manicura en dos dedos.
La paciencia es un atajo hacia el cielo.
Saludos sinceros.