sábado, 7 de febrero de 2015

6. Homicidio



    

Federico durmió toda la noche… y más.
            A la mañana siguiente salí a hacer unas compras y volví a la hora de la comida. En la mansión las horas establecidas para la ingesta de alimentos se respetaban a rajatabla, salvo que los señores ordenaran lo contrario. Los desayunos se servían a las nueve; a las once se tomaba el aperitivo; a la una se comía; a las cuatro se merendaba y a las ocho y media se cenaba. En mi vida de soltera solo hacía las comidas principales y picaba entre horas, por lo que tuve que habituarme a comer cinco veces al día, aunque encontré el modo de pasar del aperitivo de la mañana –ocupando esa franja horaria en hacer cosas fuera de la mansión, como hacerme algún tratamiento relajante en el spa, o agotar la Visa- y a veces incluso me saltaba las meriendas faraónicas, con cualquier excusa.
         André, el mayordomo, me abrió la puerta con el rostro compungido. Su nombre real era Andrés, pero André le confería sofisticación a su cargo y entre André y René, que fueron los dos nombres que le sugerí para dirigirme a él, decidió que André era la mejor opción a regañadientes.
          -Señora, el señor no se ha levantado todavía.
Era más de la una de la tarde. El efecto de las pastillas no podía durar tanto tiempo… “dos comprimidos de alprazolam de medio gramo serán suficientes para que el viejo duerma toda la noche”, recordé las palabras de Alex… “suficientes” ¿suficientes para no abandonarse al sueño eterno? En tan solo una milésima de segundo entendí el significado de suficiente. Dejé caer las bolsas que cargaba a ambos lados de las piernas y me encaminé hacia su dormitorio, en la planta baja del ala este de la mansión.
La habitación estaba a oscuras. Abrí un poco las contrapuertas de la ventana, lo suficiente para ver a Federico apaciblemente tumbado en la cama con los brazos por fuera de la sábana. No se movía. No respiraba.
            Hice una llamada con las manos temblorosas desde mi móvil.
            -Alex, tenemos un problema.
            -¿Te han descubierto? –preguntó alarmado.
            No me costó imaginarlo aún tumbado en la cama revuelta de su apartamento, en la que cuarenta minutos antes yo había participado del caos. Esa mañana no solo había hecho compras.
            Tragué saliva.
            -Hemos matado a mi marido.

2 comentarios:

  1. Auri, con motivo me preocupaba yo por la salud de su señor esposo. Ya los dicen los médicos: "no es bueno automedicarse". Supungo que también puede aplicarse a inventarse la "cura" para otros.
    Recibe el pesame por su difunto marido Federico.

    Por otra parte creo que ese tal Alex puede ser una mala influencia para ti.

    Pero lo que más me ha horrizado es lo de llamar André al bueno de Andrés. Eso no se le hace a las personas humanas.

    Saludos

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  2. Amigo Uno, agradezco sus condolencias. Como ve todos somos susceptibles de sufrir accidentes. La vida a veces es tan efímera...

    Comparto su apreciación respecto de Alex, no es trigo limpio, sin embargo pierda cuidado, no soy en absoluto maleable.

    Pierre o Etienne hubieran sido nombres más acertados para su cargo, no me cabe la menor duda de ello, pero André es un clasista y un hombre muy apegado a sus orígenes.

    Saludos sinceros.

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