sábado, 21 de febrero de 2015

8. El plan


    
          -¿Has pensado en divorciarte de tu marido?
         Millón y medio de veces pero en serio nunca. Federico tenía el corazón delicado, los huesos desgastados, la vista cansada y el oído poco fino, pero aparte de estos signos que evidenciaban un cuerpo muy pasado de años, su mente permanecía en perfecto estado en detrimento de mis ansias de volar lo más lejos posible de su lado… y cuanto antes. Al casarnos creía que a los pocos meses tendría que usar ropa en tonalidades más oscuras, y esta fue una de las razones principales por las que me animé a seducirlo, pero por desgracia para mi juventud, Federico era fuerte como un roble y tan longevo como el sauce llorón del jardín… No es que no tuviera escrúpulos entonces, es que no me andaba con miramientos absurdos.
          -Sería una estupidez por mi parte hacerlo a estas alturas. Si he aguantado este tiempo, esperar un poco más no me va a matar.
          -Piensa en mucho dinero, tanto como para llenar una bañera de billetes de los grandes y en que todo ese dinero es tuyo… -bajó la voz adoptando un tono confidencial-. Podrías viajar a donde quisieras, alojarte en hoteles de lujo, comprarte joyas, vestidos de alta costura… -sonaba bien lo que decía. Imaginando, imaginando, me vi  tomando el sol en el Royal Villa Grand resort Langonissi de Atenas con un zumo de frutas combinadas para apagar la sed de un julio en ciernes frente al Mediterráneo-. Sé cómo hacer que alcances tus sueños.
          ¿Mis sueños o sus sueños? Tenía una vida acomodada: viajaba, compraba ropa en la milla de oro de todas las ciudades europeas, comía en buenos restaurantes, me hacía tratamientos corporales una o dos veces por semana en función del estrés acumulado y lo único a lo que aspiraba era a mantener el status que me venía de cuna, aunque tuviera que depender de otras personas para ello.
           Los ojos de Alex seguían brillando como dos luciérnagas en la noche, tanto, que me permití fantasear un poco.
           -¿A cambio de qué?
           -De que los compartas conmigo.
          Menuda ñoñería.
          Los hombres de la calaña de Alex piensan  que si dicen lo que creen que queremos oír las mujeres, nos tienen comiendo de su mano, pero yo solo como en vajillas Wedgwood. Me sobran las florituras. Como amante no conocía rival y que el buen entendimiento de nuestros cuerpos era el que hacía que siguiéramos viéndonos al cabo de los años, ajenos a nuestra situación sentimental o estado civil, pero no nos unía más lazo que la piel.
           -¿Qué estás maquinando? –le pregunté con mohín distraído.
           -Esto nos llevaría un tiempo… Y tendríamos que ser cautelosos para no dejar ningún cabo suelto.
           Hablaba en serio y él pensaba que yo le escuchaba en serio. ¿Hasta dónde estaba dispuesto a llegar por dinero? Lo supe pronto.
            -Te escucho.
           -Vamos a ser ricos
           Solté una risita escéptica.
          Alex sabía de casi todo casi nada. Empezó a cursar varias carreras pero no terminó ninguna de ellas porque no le gustaba quemarse las pestañas con los libros. A mí tampoco, pero no soy responsable de ello. El hecho de ir a colegios privados hace que te esfuerces menos porque tienes el convencimiento de que al final el dinero comprará la titulación que necesitas para tener un buen currículum… Alex era un vividor profesional, y lo de profesional le gustaba añadirlo a su condición para distinguirse de otros que se dedicaban a lo mismo que él con menos sofisticación.
          Oyéndole desarrollar el meticuloso plan  ideado en pocos minutos, pensé que le había infravalorado y cabía una pequeña -casi invisible- posibilidad de que fuera más inteligente de lo que aparentaba, de lo contrario no habría podido vivir tanto tiempo del cuento. Intentó saquear mi Visa oro en el crucero por aguas mediterráneas en que coincidimos, pero pronto le dejé claro que lo único que estaba dispuesta a darle era lo que cubría mi vestido y si no era a él, otro hombre menos pretencioso lo querría. Entre nada, poco y todo, decidió quedarse con el poco, que al final resultó ser un mucho aunque no exactamente de lo que quería.
           Cuando terminó de contarme el plan, le miré dubitativa.
           -Si yo hiciera todo eso, ¿qué harías tú?
          -Formaríamos un equipo. Tú serías la autora material de los hechos y yo el autor intelectual. Si tú caes, no me cabe la menor duda de que me arrastrarás contigo. Correríamos el mismo riesgo ambos… juntos por conseguir nuestros sueños.
           “Si tu saltas, yo salto…” le dijo Jack Dawson a Rose DeWitte en el Titanic –versión cinematográfica-  y así acabaron, los dos en el agua… Reconozco que sus palabras acariciaban suavemente el pabellón de mi oreja, en su afán por engatusarme nuevamente –dos veces en diez minutos- pero por mucho menos, el resultado hubiera sido el mismo.
             -Hagámoslo.

2 comentarios:

  1. Me lo temia, Auri, aunque tú me quieras convencer de lo contrario. Ese Alex es mala gente. Seguro que trama algo nada positivo para el tierno anciano con el que compartes tu días y su fortuna.

    Espero que todo acabe bien, pero de momento el buen ex-esposo ya yace bajo tierra.

    Saludos inquietos

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  2. Amigo Uno, la necesidad obliga y guía nuestros pasos aunque para ello faltemos a la ética con un comportamiento deleznable.

    Quédese tranquilo, mi ex-marido está chamuscado. Nunca fue un hombre rural.

    Saludos sinceros.

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