sábado, 16 de mayo de 2015

19. Las sospecha


 

         Federico me dejó en el más absoluto de los desamparos… Pero no esa vez ni de la forma que rondará en la mente de los malpensados.
         Se lo llevaron en una UVI móvil al hospital al que mi marido todos los años hacía una substanciosa donación, y allí le practicaron un lavado de estómago tras detectarse en la analítica índices elevados de un ansiolítico en sangre.
         Seguí a la ambulancia con mi Lancia Ypsilon elle preocupada porque había tenido que cancelar la cita de la tarde con mi Personal Shopping, concertada desde hacía un mes, y no sabía cuando la Personal Assitent de la Personal Shopping, iba a poder darme otra, debido a lo solicitados que estaban los asesoramientos de su jefa.
         El médico que le había atendido en casa, tras la retahíla de preguntas sobre las últimas horas de Federico despierto -qué había cenado, sí se había encontrado indispuesto antes de irse a dormir; si había consumido alcohol o algún medicamento que no le hubiera prescrito su médico…- me aseguró que aunque el pulso era muy débil, solo estaba inconsciente -no muerto… Me entraron ganas de ahogar a Federico con la almohada por el enorme susto que me había dado-  y que había que trasladarlo inmediatamente al hospital para hacerle más pruebas.
          Al salir del dormitorio me detuve delante de André, que no se había separado de Federico en ningún momento desde que le descubriéramos dormido. Llevaba más de treinta años trabajando con el señor y era conocedora del aprecio que dispensaba a mi marido, por otra parte, recíproco.
         -André, ¿por qué no has entrado a despertar al señor el tiempo que he permanecido fuera de casa como otras veces?
          André carraspeó nervioso. Sus ojos grises eran dos plasmas que mostraban los intestinos encogidos por el miedo en conexión directa con su estómago.
          -La señora recordará que dio instrucciones explícitas de que dejáramos descansar al señor hasta su regreso.
         Tales instrucciones no habían salido por mi boca.
        Un olorcillo rancio empezó a cosquillearme el interior de la nariz. Lejos de ponerme escatológica, el olor era semejante al que invade el baño cuando se vacía el vientre en el inodoro tras ocho días de continuados fracasos.
         -¿Te transmití mis deseos de que no despertaran al señor personalmente, André?
         -No, señora. Le pidió a una de las sirvientas que me lo transmitiera.
        Los intermediarios tergiversan la información cuando no son capaces de reproducirla exactamente cómo ha sido emitida, o sencillamente se la inventan con algún oscuro fin.   La nariz se me puso respingona como la de la cerdita Peggy.
         -André, a partir de hoy, le autorizo a desobedecer mis instrucciones si afecta al bienestar del señor… ¡A esta hora podríamos estar lamentando una desgracia y aun no conocemos el alcance de lo sucedido!
          -Así será, señora.
   
 
 

3 comentarios:

  1. Pobre Federico. Primero casi lo matas y luego le injurias. Ese hombre se está ganando el Cielo.
    Saludos humedos

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  2. Pobre Federico. Primero casi lo matas y luego le injurias. Ese hombre se está ganando el Cielo.
    Saludos humedos

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  3. Amigo Uno, el pequeño incidente sin importancia le hubiera disgutado sobre manera, lo que habría repercutido sobre su salud. Mi deber como esposa era el de protegerle.

    Saludos Sinceros.

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