Federico me dejó en el más absoluto
de los desamparos… Pero no esa vez ni de la forma que rondará en la mente de
los malpensados.
         Se lo llevaron en una UVI móvil al
hospital al que mi marido todos los años hacía una substanciosa donación, y
allí le practicaron un lavado de estómago tras detectarse en la analítica
índices elevados de un ansiolítico en sangre. 
         Seguí a la ambulancia con mi
Lancia Ypsilon elle preocupada porque había tenido que cancelar la
cita de la tarde con mi Personal
Shopping, concertada desde hacía un mes, y no sabía cuando la Personal Assitent de la Personal Shopping, iba
a poder darme otra, debido a lo solicitados que estaban los asesoramientos de
su jefa.
         El médico que le había atendido en
casa, tras la retahíla de preguntas sobre las últimas horas de Federico
despierto -qué había cenado, sí se había encontrado indispuesto antes de irse a
dormir; si había consumido alcohol o algún medicamento que no le hubiera
prescrito su médico…- me aseguró que aunque el pulso era muy débil, solo estaba
inconsciente -no muerto… Me entraron ganas de ahogar a Federico con la
almohada por el enorme susto que me había dado-  y que había que
trasladarlo inmediatamente al hospital para hacerle más pruebas.
          Al salir del dormitorio me
detuve delante de André, que no se había separado de Federico en ningún
momento desde que le descubriéramos dormido. Llevaba más de treinta años
trabajando con el señor y era
conocedora del aprecio que dispensaba a mi marido, por otra parte, recíproco. 
         -André, ¿por qué no has
entrado a despertar al señor el
tiempo que he permanecido fuera de casa como otras veces?
          André carraspeó nervioso. Sus ojos grises
eran dos plasmas que mostraban los intestinos encogidos por el miedo en
conexión directa con su estómago.
          -La señora recordará que dio instrucciones explícitas de que dejáramos
descansar al señor hasta su regreso.
         Tales
instrucciones no habían salido por mi boca.
        Un olorcillo rancio empezó a
cosquillearme el interior de la nariz. Lejos de ponerme escatológica, el olor
era semejante al que invade el baño cuando se vacía el vientre en el inodoro
tras ocho días de continuados fracasos.
         -¿Te transmití mis deseos de que no despertaran al señor personalmente, André?
         -No, señora. Le pidió a una de las sirvientas que me lo transmitiera.
        Los intermediarios tergiversan la información
cuando no son capaces de reproducirla exactamente cómo ha sido emitida, o sencillamente
se la inventan con algún oscuro fin.   La nariz se me puso respingona como
la de la cerdita Peggy.
         -André, a partir de hoy, le autorizo
a desobedecer mis instrucciones si afecta al bienestar del señor… ¡A esta hora
podríamos estar lamentando una desgracia y aun no conocemos el alcance de lo
sucedido!
          -Así será, señora.

 
Pobre Federico. Primero casi lo matas y luego le injurias. Ese hombre se está ganando el Cielo.
ResponderEliminarSaludos humedos
Pobre Federico. Primero casi lo matas y luego le injurias. Ese hombre se está ganando el Cielo.
ResponderEliminarSaludos humedos
Amigo Uno, el pequeño incidente sin importancia le hubiera disgutado sobre manera, lo que habría repercutido sobre su salud. Mi deber como esposa era el de protegerle.
ResponderEliminarSaludos Sinceros.