sábado, 2 de mayo de 2015

17. El robo


     
         Cambia el huevo. Dos comprimidos de alprazolam de medio gramo serán suficientes para que el viejo duerma toda la noche.
        
          Cuatro meses habían transcurrido desde que empezara a llevar a cabo el plan que me liberaría de mi marido y me convertiría en una despilfarradora profesional. Esa misma noche mi misión terminaría y dejaría de vivir con el corazón en vilo cinco minutos al día.
           Me encontré con Alex dos días antes de la noche de autos en mi apartamento. A simple vista, la réplica del Fabergé era idéntica al que fotografié y podría pasar por el original al menos unos días: el tiempo imprescindible para venderlo y  desaparecer. Cuando Federico se diera cuenta del cambiazo, lo que más tarde o  temprano terminaría pasando, yo estaría recorriendo el mundo con el propósito de encontrarme a mí misma… Si alguien tiene tal pretensión, lo más eficaz es alejarse de todo lo conocido para volver siendo otra persona. Federico era un hombre comprensible y lo entendería.
          Guardé el huevo en una caja de zapatos en el altillo del vestidor de mi dormitorio de la mansión y respiré hondo cuatro veces. Menos de cuatro veces es una necedad ponerse a coger aire para luego dejarlo correr despacio, y más de cuatro un exceso.
         
          Al mediodía di instrucciones de que nos sirvieran la merienda veinticinco minutos después de que hubieran llegado los invitados.
          Durante ese tiempo mostré mi inquietud por la tardanza en que nos sirvieran y me ausenté de la mesa, para ver cuál era el motivo de la inexplicable demora. En el trayecto que separaba la mesa que ocupábamos en el jardín bajo el sauce llorón de la cocina, le hice una llamada perdida a Álex. Era la señal para que al cabo de dos minutos exactos, cuando estuviera allí donde me dirigía, me llamara haciéndose pasar por un operador de telefonía móvil. Me las arreglé para pasarle el teléfono a María y Alex la mantuviera distraída un rato. Todo estaba pensado al milímetro como si arquitectos diseñando un edificio fuéramos.
           Volví a la mesa del jardín.
         -Estas galletas nos las han traído directamente de Dinamarca… Son exquisitas –dije mordisqueando una butler cookie-. ¿Un poco más de té, querido? Yo te lo sirvo.
         Federico se durmió inmediatamente tras adelantar la cena. Aun así esperé media hora antes de proceder al cambiazo. Desactivada la alarma en el panel que ocultaban las cortinas, retiré la urna de cristal y la dejé en el suelo. Al mirar el huevo de frente, se me aceleró el pulso y se me cortó la respiración. Estaba tan cerca de conseguir mi objetivo como lejos si algo no salía según lo previsto. Debajo de la cama de Federico había escondido la caja de zapatos con la réplica. Cogí el Fabergé con guantes de algodón, con extremo cuidado y lo deposité en el interior de la caja de zapatos que había rellenado con algodón para que no sufriera ningún daño. Era mi pensión vitalicia.

 

3 comentarios:

  1. Estoy extrañado y sorprendido de que entre tantos apellidos como tienes uno no sea Borja. Eso y un anillo con compartimento para polvitos te conjuntarían de maravilla
    Saludos dopados

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  2. Estoy extrañado y sorprendido de que entre tantos apellidos como tienes uno no sea Borja. Eso y un anillo con compartimento para polvitos te conjuntarían de maravilla
    Saludos dopados

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  3. Amigo Uno, aunque en mi linaje no exita Borja alguno, he conocido varios a lo largo de mi vida, pero no reparé en el detalle del anillo en sus dedos.

    Saludos sinceros.

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