La perplejidad asomó a mi rostro en menos de una mini milésima de segundo, lo que tardé en fruncir el ceño y abrir la boca como si acabara de ver a un monstruo verde echando una pasta amarillenta y viscosa por todos los orificios de su cuerpo poroso.
Lo sabía todo… ¿todo, todo, empezando por dónde?
No me caracterizo por tener una naturaleza nerviosa, más bien por todo lo contrario, mi actitud frente a la vida es relajada, pero las palabras de mi marido activaron en mi vientre unos movimientos gaseosos que me costó trabajo que no salieran a la superficie. Me recompuse en la butaca, con mi mano aún entre las suyas con unas enormes ganas de defecar y expulsar todo el aire que se había concentrado bajo el ombligo.
Recompuse
la expresión de mi cara ruborizada. Si su todo
era todo, todo, mi existencia podía
virar sustancialmente. Con la confesión de mis actos –o la mayor parte de
ellos, ni Federico era mi confesor, ni yo una acérrima creyente-, fruto de mi
ingenuidad y torpeza esperaba ablandarle el corazón y que fuera condescendiente
conmigo por lo que había sido inducida a hacer por un vividor profesional en
cuyas garras había caído irremediablemente, dada mi juventud e inexperiencia en
el mundo de los gansters. Pero mi
esposo lo sabía todo. Empezaba a
tenerle consideración e incluso en mi interior, allí donde los intestinos hacen
su función, un resquicio de compasión estaba naciendo, pero su aplastante
rotundidad solo dejaba espacio para quererle morder la mano que apresaba la
mía.
-Eso
facilitará las cosas… -aduje. Y me las complicaría a mí no permitiéndole el
lugar adecuado a la inventiva.
Se
produjo uno de esos silencios que se hacen eternos aunque solo duren unos
segundos, que me sirvió para rescatar mi mano y pasármela por el cabello como
si estuviera recolocando algún mechón en su sitio. Federico tomó la palabra… y
lo hizo a bocajarro.
-¿Eres
feliz en nuestro matrimonio?
No, no era feliz en mi matrimonio
porque se estaba prolongando más de lo que había previsto y me sentía atrapada
en una vida que me gustaba a ratos, cuando estaba fuera de la mansión y
recuperaba las actividades de una joven de mi edad, pero después de haber estado
tan cerca de perder al nonagenario, sentía remordimientos y no deseaba que
emprendiera viaje tan largo.
-¡Por
supuesto que he sido feliz!
Exageré
la respuesta hasta el punto de sentir exasperación. Que dudara de mi puesta en
escena era indignante. A lo largo de nuestra convivencia le había ofrecido un
extenso abanico de sonrisas tiernas y cándidas palabras; le había deleitado con
mi presencia y fingido, a las mil maravillas, que me complacía cuidar de él y
que me preocupaba todo lo relacionado con su bienestar.
-¿Conmigo?
Otro
silencio, esta vez provocado por la ausencia de palabras saliendo por mi boca.
Me asomé a la ventana con los brazos cruzados sobre el pecho. Federico me
miraba. Los San Bernardos corrían detrás de una mariposa blanca en el jardín
que les tomaba el pelo suspendiéndose delante de sus hocicos y cuando estaban a
punto de atraparla alzando el vuelo… pero que tontos eran.
Respecto
a mi marido, quería llegar a alguna parte con su interrogatorio, lo que no me
gustaba nada, porque suponía que tenía controlada la situación entretanto que
yo me descontrolaba.
-No
se es feliz todo el rato. Yo no lo soy todo el tiempo. Tu tampoco.
-Te
equivocas, querida. Tu compañía me ha
hecho feliz por las mañanas; tu costumbre de hablar mientras comemos sobre cosas
insustanciales y banales; tu cara anodina cuando tenemos visitas; tu beso de
buenas noches… A veces he llegado a pensar que me apreciabas.
Menuda
bomba fétida soltó. 
Me
giré en su dirección como un resorte, con aire ofendido... Realmente lo estaba.
¿Cómo podía poner en tela de juicio mi afecto si solo le había mostrado caras amables?
Con mucho esfuerzo eso sí.
-
¿Acaso no te lo he demostrado?
Hora
de los reproches. La conversación podía considerarse nuestra primera discusión
matrimonial. Unos minutos más y entraríamos en crisis.
-Has
hecho lo que creías que tenías que hacer para complacerme… -Respiró variando el
ritmo de su discurso hacia uno más lento-. Lo único que anhelaba es que las
atenciones que me dispensabas salieran de tu corazón. 
Me
estaba enfadando y mucho. La conmiseración que había sentido por él tras su
salida del hospital se estaba diluyendo.
-Si
no te parecían sólidos mis sentimientos, deberías habérmelo hecho saber antes. Ahora
no tiene sentido que hablemos sobre ello, cuando tenemos un tema más importante
que tratar.
-Claro
que tiene sentido, querida. Es el
principio de una historia que no te gustará que te cuente.
-Empieza…
Mi amor.
 
 
El tal Alex, un crápula caradura. Federico apunta a ser un Rappel.
ResponderEliminarSaludos premonitorios
Amigo Uno:
ResponderEliminarA Federico nunca se le escapa nada, por eso ha llegado a su edad con la mente intacta.
Saludos sinceros.