domingo, 29 de mayo de 2016

42. Las Bahamas

 
Dejar caer el agua de la ducha sobre mi cuerpo durante un buen rato, después de una hora de ejercicio en el gimnasio del hotel de Nassau donde nos hospedábamos, produjo un efecto tan relajante como un masaje de cincuenta minutos. Regina me había convencido de que nos tomáramos unas vacaciones con el convencimiento de que volver a recorrer los lugares en los que afirmaba que había sido feliz me ayudaría a desempolvar los viejos muebles de la buhardilla. Le pedí que me explicara detalladamente el significado que para ella tenía la felicidad, pero menos generosa en palabras que en invertir en sí misma, debo admitir que la síntesis de su definición podría llegar a ser aceptable para un curso de preescolar.
-Un estado de euforia continuo… -se miró la manicura marfil de las uñas y dándola por buena enfocó sus pupilas hacia el rabillo de los ojos en mi dirección-. Lo contrario a lo siesa que estás.
Federico me animó a que pusiera fin a mi enclaustramiento instándome al tiempo a que disfrutara de la vida como hacía antes de que el aspersor golpeara mi cabeza, y considerando que, si bien esas dos semanas que pasaría en Las Bahamas, organizadas por Regina, no me devolvían parte de la memoria, al menos me serviría de distracción y dejaría de andar por la mansión como alma en pena, las veces que la tristeza se me tiraba encima como un luchador de sumo.
-Debes distraerte, querida -sentenció con mi mano cogida entre las suyas y una tierna sonrisa desvirtuada por las arruguitas que sus finos labios amparaban.
En los días de playa con aguas cristalinas y arena blanca; de jugos de coco bajo palmeras tan altas, que desde abajo apenas se alcanzaba a vislumbrar la copa sin ser susceptible de parecer una tortícolis posteriormente al intentarlo, y días de piscina burbujeantes, Regina no hacía otra cosa que hablar, hablar y hablar... Y comprar, comprar y comprar.
-Después del spa podemos ir Bay street a echar un vistazo. No me gustaría marcharme sin haber pasado por allí antes.
Regina se extendió el protector solar por los brazos haciendo desaparecer la crema blanca sobre el bronceado y por las piernas, sin hacer de menos al pecho que sobresalía de su minimalista bikini.
-¿No tienes bastante con la maleta nueva que has llenado?  
Pasé la página de Fausto, apoyado en mis rodillas, que trazaban un triángulo unido por la tumbona con mi trasero.
-Nunca es suficiente… Deberías sacarle una mayor rentabilidad a lo agradecido que está tu marido de que te casaras con él.
Suficiente, suficiente... Pastillas, dormir...
Salí de mi ensoñación algo abrumada.
-No necesito nada. Tengo suficiente.
-Cintita, Cintita, ¿cuándo eso te ha detenido? ¡Cuánto echo de menos a mi amiga de la infancia!
Se puso la pamela de crochet naranja que complementaban su bikini verde electrizante y el pareo del mismo color que el sombrero con ribetes negros y ajustándose las Ray ban sobre el puente de la nariz, se dejó caer de espalda en la tumbona, con la cabeza ladeada hacia dos musculosos rubios de ojos azules con los que habíamos coincidido en el hotel durante nuestra estancia y que jugaban a una suerte de voleibol en la playa.
Según ella, éramos amigas íntimas desde la infancia. Según la versión de los señores Van Heley de Haut, nos conocíamos desde niñas pero no había sido hasta la adolescencia cuando la antipatía que había despertado un odio terrible entre las dos se esfumó de la noche a la mañana, haciéndonos estrechar lazos amistosos, que nos hicieron inseparables en los años universitarios, y en adelante.

A las nueve bajé al comedor con vistas a las turquesas aguas y me serví del buffet libre, un zumo de guayaba recién exprimido por el camarero, un bol con cereales y pasas, y una macedonia bañada en lima.
Regina se unió a mí al cabo de media hora, con su desayuno europeo: café, tostadas con mermelada, croissants de mantequilla y zumo de naranja. Las gafas de sol que cubrían su rostro no me permitían ver las sombras oscuras bajos los ojos con las que había amanecido.
-¿Acabaste con la reserva de Kaliks de la discoteca?
La noche anterior habíamos ido a una discoteca para despedirnos de Nassau. Hubiera preferido un paseo por la playa, lejos de la enloquecida civilización, pero una Regina reprobatoria era peor que una Regina insistente, así que preferí llenarla de euforia para que me dejara tranquila al día siguiente. A las dos horas puse rumbo hacia el hotel. Regina se quedó asaltando el almacén con el holandés con el que la había visto compartir cuchicheos y risitas.
-Y con dos gemelos ingleses en mi habitación… -levantó la cabeza de la tostada sobre la que untaba mermelada para mirarme dos segundos y luego siguió a lo suyo-. No es lo que piensas... O sí, no sé… Que la cerveza local lleva algo más que trigo, es altamente probable. Ando tan desmemoriada como tú… Pasaran años antes de que vuelva a verme en otra como esta y no me acuerdo de nada. Una pena.
Viajar a Las Bahamas no sé hasta qué punto fue una buena idea. Mis recuerdos permanecían en lugar desconocido, y otros se habían extraviados entre un revoltijo de sábanas blancas con olor a mar.


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 



 
 
 

 

3 comentarios:

  1. Va a resultar que el golpe trajo algo positivo. Se te ve mejor, aunque me fío muy poco de ti.
    Espero que tú recuperación física prosiga y mental se que un poco congelada.

    Saludos reparadores

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  2. Va a resultar que el golpe trajo algo positivo. Se te ve mejor, aunque me fío muy poco de ti.
    Espero que tú recuperación física prosiga y mental se que un poco congelada.

    Saludos reparadores

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  3. Amigo Uno:

    Nunca deposite su confianza enteramente en alguien. Solo los que no hemos tenido miramientos alguna vez, sabemos que las personas son susceptibles de endiablarse y volverse otras.

    Saludos sinceros.

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