A las 12:45 horas salió nuestro
vuelo del Lyden Pindling
International Aeroport con destino a Madrid.
La comida se sirvió exactamente cuarenta y cinco minutos después del despegue.
Tomé una Sopa de chícharos
y unos Rollitos de
langosta. Regina apenas probó su Souse.
Tenía el estómago revuelto y las dos primeras horas de vuelo se las pasó yendo
y viniendo del lavabo con la dignidad de una diva venida a menos.
Dormir durante una hora y comprobar en el espejo de la polvera de Dior que su aspecto
había mejorado considerablemente desde el desayuno, la activó al instante.
Cuatro horas de viaje por delante y Regina en estado on.
Ojeando una de las revistas
de moda indispensables para la que ocupaba el asiento de al lado, interesada en
las últimas tendencias, me detuve en el anuncio a toda página de un parfum pour homme, cuya
esencia se sintetizada en una bola de billar negra sobreimpresa en rojo con la
palabra Amatise.
Regina se removió en el asiento y observé como sus ojos se desviaron de la
revista a mí imperturbable rostro en veintisiete centésimas de segundo. Se tocó
la larga melena castaña que le llegaba hasta media espalda y se enrolló un
mechón en el dedo, mostrando cierta inquietud.
-Alex quiere verte.
Alex, Alex, Alex, Alex…
No me sorprendió tanto que alguien quisiera verme como el tono cortante que
detecté en su voz. Recibía frecuentemente la visita de amistades y conocidos a
los que les divertía contarme historias sobre la relación que mantenía con
ellos. Que no me acordara de ellas les daba carta blanca para exagerarlas,
falsearlas o mejorarlas. A veces tenía la sensación de que absurdamente me
tanteaban esperando que cayera en un renuncio que me delatase y ahí pletóricos
gritarme: “Te he pillado”. Mí perdida de memoria, para algunos era una tomadura
de pelo y pensaban que me estaba divirtiendo a su costa. Incrédulos.
Le insté a que continuara hablando con una
mirada interrogante. De todas formas lo iba a hacer. A Regina le encantaba
sembrar la intriga y luego regarla para que creciese con la combinación
adecuada de las palabras de las que se despojaba sin miramientos.
Me señaló la fachada de una perfumería en la esquina superior derecha del
anuncio de la esencia para hombre, con dos grandes escaparates decorados con
exquisito gusto, advertí. Debajo de una ventana con forma de semicírculo del
edificio, en letras marrones se leía L’artisan
Parfumer.
-¿No te sugiere nada?
Negué con la cabeza.
-Rue de l’Amiral de
Colingny… El Louvre, París. El Sena… -insistió aun a sabiendas de
que mi pasado era un lienzo negro.
Me arrebató la revista de las manos, despegó un adhesivo con la silueta del
envase redondo impregnado de Amatise
y me lo acercó a la nariz.
-Aspira.
Aspiré profundamente. Era un aroma a canela, manzanilla y eucalipto, agradable
al principio y empalagoso y cargante cuando llevaba un rato deambulando dentro
de las fosas nasales. Me pasé un dedo por debajo de la nariz antes de
estornudar.
-Es un parfum
exclusivo de L’artisan.
El único que Alex utiliza.
Alex, Alex, Alex, Alex… Huevo.
-Tiene gustos
refinados… ¿Y?
-Está preocupado. Se ha enterado de que habías sufrido un accidente doméstico y
me llama continuamente interesándose por ti. Se quedaría más tranquilo si
comprobara por si mismo que estás bien aunque para ti sea un desconocido como
lo somos los demás.
-Venid la próxima semana a comer a casa.
Pasé
la página de la revista distraídamente.
-¡Estás loca!
-No
sé si estoy loca… Lo he olvidado- sonreí, evitando soltar una sonora carcajada.
La azafata nos ofreció unas cookies
y un zumo de piña.
-No puedo llevar a Alex a tu casa.
-¿Por qué no?
Se acercó a mí y entre su repertorio de tonos, seleccionó el confidencial.
-Porque a tu marido no le gustaría que sentaras a su mesa al hombre con el que…
-se detuvo, suspiró y siguió- …el hombre con el que le eres desleal.
Expulsé el zumo que estaba bebiendo sobre la camiseta sin mangas de lino blanca de
Regina. Para la parte inferior había elegido unas bermudas azul marino
con cinturón de piel rojo y hebilla dorada.
Fiesta, tacón, aguja, pisotón...
-¿¡Qué
haces!? –gritó poniéndose de pie de un salto al tiempo que se sacudía la
camiseta con la mano.
Las
robotizadas cabezas de los pasajeros se giraron en un movimiento mecánico hacia
nosotras.
-¿¡Un
amante!?
-¡Sí,
tienes un amante! Estás casada con un carcamal... ¿qué esperabas? –Regina encolerizada se puso del color del sarampión sobre
una piel inmaculada. Con una toallita húmeda que sacó del Vuiton se limpió la
mancha sin la finalidad pretendida. El cerco amarillento se agrandó.
-¿Le quiero?
-¿¡Qué!? ¡Claro que no! A Alex no se le quiere, solo se le disfruta...
Se quedó callada de golpe. Nuestros ojos se encontraron. Tiró la toallita en la
papelera y volvió a tomar asiento a mi lado.
-Somos amigas lo compartimos todo -relajó el tono de su voz. La meada de la
camiseta pasó a segundo plano. A fin de cuentas Regina tenía sentimientos.
-No quiero verlo.
Tu cambio parece positivo, sobre todo por recordar los nombres. Pero yo me temo que es un estado artificial que no perdurará por mucho tiempo. Lo mismo que un cubito de hielo tiene una forma definida y da una sensación de orden y organización, este se tornara en anárquico charco que moja cuanto toca alterando así el estado de todas las cosas que roza.
ResponderEliminarSaludos estáticos
Amigo Uno:
ResponderEliminarLas circunstancias cambian a las personas y si no se acuerdan de quienes son el reseteo es total.
Mi desmemoria era transitoria. Entre quien era y quien empecé a ser por olvidarme de mí había una elección que tomar. ¿Cuál fue la mía?
Saludos sinceros.