domingo, 25 de septiembre de 2016

44. Onírico


 
 
        -Querida, hay una mosca dentro de la urna.
        Me desperté sobresaltada y empapada en sudor.
        Caminaba por un pasillo estrecho y oscuro cuyo final parecía no existir. Me sentía perdida; atrapada entre dos paredes que se estrechaban a mi paso obligándome a seguir adelante, sin la posibilidad de volver atrás.
        Aceleré el ritmo.
        Corrí atravesando el negro más intenso que jamás había visto. Los colores te acogen, te envuelven, te llenan de ellos cubriendo la piel de texturas suaves, a veces ásperas y otras tan finas que apenas aprecias su tacto. Solo me acariciaba el espacio.
        El tiempo discurría sin discurrir.
        Permanecía en el mismo  punto, como si no me hubiera movido de un mismo lugar, notando el cansancio en mis pesadas piernas de plomo y en el pecho el peso de la  desesperación.
        Me detuve para tomar aire.
        Tenía sed. Salivaba para hidratarme. Los caminos empiezan y terminan. Este no podía ser la excepción.
        Volví a correr, menos rápido de lo que me hubiera gustado, presa de la rabia que produce la impotencia. Todo esfuerzo tiene su recompensa. La mía era salir de aquel túnel o perecer en el intento, entregando el último hálito de mi alma.
           Algo inesperado ocurrió de pronto. Me estrellé contra una pared, dando con las posaderas al suelo. El golpe que me había dado  en la frente no me dolía. Tanteé con manos inquietas lo que impedía que siguiera mi camino. Una superficie barnizada y lisa. Me levanté palpando el obstáculo que se interponía entre la huida y la esperanza. Lo golpeé, lo empujé y se entreabrió un poco. Una ráfaga de cegadora luz radiante me achinó los ojos. Empujé más fuerte hasta abrir del todo la puerta blanca. Un prado verde, con árboles y flores se extendía a mis pies. El cielo era celeste, mi color preferido de niña. Y el sol de un amarillo muy brillante, bordeado por unos rayitos naranjas que lo envolvían por completo.
          Conocía el lugar. Cerca había un lago con patos y nenúfares, y aunque no podía verse desde donde me encontraba, también había una casita blanca con el tejado en forma de triángulo rojo a la que se accedía a través de un camino de arena arbolado.
          Extendí los brazos en cruz y empecé a dar vueltas sobre mi misma con los ojos cerrados, sintiéndome plena. La hierba me hacía cosquillas en los tobillos desnudos. Me tumbé sobre ella riéndome a carcajadas. Aquel era mi lugar. Lo había creado a los diez años… Mi lugar preferido, era un lugar inventado.
            Entre la hierba sorprendí a Yuco  delante de mí mirándome con los ojillos acuosos. Mi carcajada se trasformó en una sonrisa apagada sobre mí rostro. Al lado de Yuco cuatro roedorcitos le seguían en fila india.
           Yuco se sentó sobre la dos patas traseras y juntó sus dos patas delanteras, entrelazando sus deditos rosados. Agachó la cabeza en señal de respecto. Sus vástagos lo imitaron. Los tenía bien enseñados.  Los ojos se me empañaron de lágrimas. Yuco me estaba regalando el momento más feliz de mi vida. Le hubiera acariciado, besado y jugado con su descendencia, pero tenía que aprender a contenerme. Su tacto solo me causaría dolor.
            La voz estentórea de Federico rompió el momento.
             -Querida, hay una mosca dentro de la urna.
 

 

 

2 comentarios:

  1. Curiosa esa cerveza que fabrican con trigo y no con cebada. Será eso lo que explica su insospechada influencia sobre la libido.
    Cuídate esa desmemoria y vigila la ingesta de bebidas espiritosas.

    Saludos vaporosos

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  2. Amigo Uno:

    En Las Bahamas además de la cerveza de trigo, también se toma la de jengibre que es un poco más fuerte que la que ingirió Regina, afortunadamente.

    Le agradezco sus buenos consejos.

    Recibo un cordial saludo.

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