domingo, 9 de octubre de 2016

46. La comida





Las madres con buen criterio advierten a sus retoños de que no deben hablar con desconocidos cuyas intenciones ignoran.
Con la fragilidad e inocencia de una niña de pocos años, tratar a extraños, además de inevitable, me acercaba a la Cintia que ya nadie veía en la pobre amnésica. Corría riesgos, pero era precavida en la medida de lo posible.
A menudo me asaltaba la sensación de que a quienes me rodeaban les placía la espesa y abundante niebla que desdibujaba mis recuerdos y preferían que siguiera siendo así, a que la malcriada, caprichosa, insolente y desprovista de cualquier tipo de sentimiento sincero, reapareciera en sus vidas con el ímpetu de un volcán en erupción, convencidos de que entre quien fui y quien estaba siendo, ganaría la auténtica y genuina Cintia Aurora María… ¿Cómo podían quererme siendo tan tremenda? Dos opciones: o fingían quererme antes, o me querían tanto que condescendían con mi forma de proyectarme en la vida.
Le dejé una nota manuscrita al portero del edifico donde habían vivido de soltera, para que se la entregara a Roberto: “Me ha surgido un imprevisto ineludible. Ruego me disculpes. Llámame.”
-¿¡Le plantaste!?
Regina se limpió los labios con la servilleta y le dio un buen sorbo a su copa de vino tinto, ideal para acompañar el entrecot sobre sábana de verduras que se estaba comiendo.
-Aplacé el encuentro. Si somos amigos, llamará.
Me decanté por el filete de caballa a la plancha con puré de patatas aromatizado con cilandro, albahaca, orégano y eneldo. Comíamos en un restaurante que frecuentábamos con otras amigas tan pijas como Regina y como yo en tiempos pretéritos, donde las señoras caminaban sobre zancos, con perlas en cuello y orejas y vestidos de encaje de colores nítidos y los señores con camisas celestes, corbatas o primer botón desabrochado… Mi jersey salmón holgado sobre vaqueros ajustados y bailarinas en los pies desentonaba incluso con la decoración del local, en tonos burdeos y marrones.
-Este sitio es un poco snob.
-Tu eres snob, aunque ahora vistas como una pordiosera. Te dije que te arreglaras un poco. Has perdido todo el sentido de la estética.
-He descartado los leggins.
-¿Por qué no le llamas tú?
-El puré de patatas sabe raro…  ¿Quieres probarlo? - le acerqué el tenedor a la boca. Regina dio un respingo hacia atrás. Estábamos sentadas una frente de la otra.
-¡Llámale!
-No tengo ningún contacto registrado con su nombre… ¿Cómo se apellida?
 Regina enmudeció. Se metió otro trozo de entrecot en la boca aumentando el tamaño de sus carrillos.
-Bebe un poco de vino, si te atragantas y no hay ningún médico comiendo, será la última vez que pises este restaurante.
Junto al atril de la entrada al local, el hombre que había saludado a Federico en el Círculo de empresarios hacía unas semanas, hablaba con el jefe de la sala. Iba acompañado por otro hombre mayor que él, de constitución fofa, con el que se dirigió a la mesa que tenían reservada.
Yuco, Yuco, Yuco.
-Su apellido -insistí inquisidora.
Si alguien conocía bien los árboles genealógicos de las familias de abolengo, era quien apuraba su copa de vino delante de mí. Presumía, entre muchas otras cosas, de conocer hasta cinco generaciones de un mismo linaje y no satisfecha con ello, se vanagloriaba de poder reproducir los escándalos que llenaban de vergüenza sus existencias. Del apellido de Roberto parecía haberse olvidado.
-Te diré una cosa: lamentarás haber olvidado vuestra amistad. 
Se salió por la tangente. Había gato encerrado.

           




 

2 comentarios:

  1. Cintia creo que debo darte malas noticias. Yuco no está entre nosotros, seguramente pereció a las pocas horas de ser liberado a un mundo salvaje, cruel y lleno de depredadores que desconocía. El el mejor de los casos si aún siguisr vivo seri padre soltero que debe hacerse cargo de una gran prole de criaturas. Yo creo que cuando te cuento esperaban que te quedases dormida para proceder a devorarte y tener algo con que llenar sus vacías barrigas durante unos días. Luego seguramente le enviaría un selfie a su expareja presumiendo del festín con la intención de hacer rabiar y provocarle envidia.

    Saludos rollizos

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  2. Amigo Uno:

    Alabo su propósito. Pretende que con una terapia de choque me olvide de Yuco definitivamente, y deje de sufrir, pero Yuco ha sido lo mejor que he tenido en la vida y este sentimiento tan profundo que tengo hacia él, no se extinguirá mientras permanezca con vida.

    Le agradezco el esfuerzo, fruto del gran aprecio que me tiene.

    Saludos cordiales y agradecidos.

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