domingo, 15 de enero de 2017

55. Resumidas cuentas



            Me puse un jersey de algodón negro de cuello alto, unos tejanos del mismo color y una chaqueta blanca con franjas horizontales de color coral que me llegaba por debajo de los glúteos, para reunirme con Étienne.             Para una puesta en escena impecable y que todos me vieran como la pobre desmemoriada que se enfrentaba a un mundo lleno de sombras, me deshice del contenido del vestidor, no sin pesar, conservando solo lo básico y empecé a descuidar mi imagen.
          La creación de la Cintia bondadosa y pérdida en la negrura de la noche, requería de sacrificios que confiaba que jugaran a mi favor cuando no pudiera alargar más en el tiempo la condición de amnésica. Más pronto que tarde, la ciencia me delataría en boca del doctor Gutiérrez, que supervisaba mi progreso, o la falta del mismo, a petición de Federico, que bordaba el papel de marido preocupado y me cuidaba como si no hubiera corrido el riesgo de ser desterrado de este mundo o hubiera olvidado que le había birlado el huevo que ocupaba su afecto.
           Admito que vivir humildemente no fue fácil al principio, pero toda carencia material era compensada por el afable trato que me dispensaba el servicio, no albergando en sus corazones resentimiento alguno por mi despotismo de meses atrás.
           Hacer feliz a los demás no se encontraba entre mis prioridades, pero a veces con un pequeño gesto y sin proponértelo se consigue que otra persona sonría y esto solo era posible morando la señora en los mundos de Yupi.
           Popucho, mi compañero sabueso de tantas jornadas detectivescas, me dejó en la dirección donde Etiénne me había emplazado, pero allí no había ningún restaurante o bar donde pudiéramos departir mientras degustábamos el menú del día.  Esperé a que llegara.
          
          Gonzalo preparó el viaje de luna de miel con sumo secretismo. Quería que me sorprendiera cuando llegáramos al destino que decidió por los dos: París, ciudad que conocía de haber estado en ella dos veces, solo que para la tercera, mi marido había organizado visitas a Notre Dame, el Lovre, y Versalles, en un exceso de originalidad sin precedentes, creyendo que patearse museos, catedrales y palacios, haría feliz a la estudiante de Historia del Arte que era. Ir de compras a los Campos Elíseos me hubiera hecho feliz y no tener que fingir que recorrer el Sena durante una cena de dos horas en un barco, era una experiencia que no olvidaría así peinara centenares de canas. Visitar la tienda de Louis Vuitton, era lo más parecido a tocar el cielo con los dedos y después lamerlos para comprobar a que sabe.
            El arte conventual me aburre sobremanera. Elegí esa licenciatura porque me parecía sencilla de asimilar sin dedicarle demasiado tiempo ni esfuerzo, pero me equivocaba… Una vez más.
            Mis padres que como máxima preconizaban que toda empresa que se inicia ha de ser finalizada para darle sentido a cualquier atisbo de emprendimiento y no condenarlo al absurdo, me estimularon de la única manera que garantizaría los resultados esperados.
             Una soleada mañana de sábado en el mes en que las flores orientan sus estambres al cielo me llevaron al apartamento de Gran Vía.
             -¿Te gusta? –preguntó el señor Van Heley de Haut con las llaves en las manos.
             -¡Me encanta! –no pude sonar menos entusiasta.
            Era ideal. Un espacio blanco, amplio, con la inmensa luz natural que entraba por un gran ventanal, con parquet en el suelo, calefacción radiante, aire acondicionado por conductos y a estrenar.
            -Si lo quieres es tuyo –mi  padre sostuvo las llaves en el aire suspendidas de un dedo. Cuando me abalancé sobre ellas las encerró en su mano-. Pero antes tendrás que licenciarte y si no lo haces en tres años, me desharé de él. Solo te quedan cuatro asignaturas. Esto –hizo sonar la llaves dentro de su puño- merece la pena.
        Me licencié al año siguiente y como recompensa a lo aplicada que había sido, los señores Van Heley de Haut contrataron a un decorador que captó mi esencia en las numerosas conversaciones que mantuvimos en comidas, meriendas y cenas, haciendo del espacio diáfano una extensión de mí misma. El apartamento tenía toda mi esencia.
           En octubre de ese mismo año me fui  de crucero por aguas Mediterráneas con Regina. Después de chamuscarme las pestañas, no sin poco arte, una semana de relax estaba más que justificada.
            En ese viaje conocí a Alex, que acompañaba a una cincuentona a la que le unía una profunda amistad. No quise que entrara en detalles sobre su vida la noche que nos encontramos en cubierta, contemplado el mar, uno al lado del otro.

 
 
 

 

2 comentarios:

  1. Que peligrosa es la mezcla de juventud y tontura. Gonzalo era el hombre.
    Esperemos que el futuro te traiga una buena persona que madure, quizá una señorita Rottenmeier en versión masculina.

    Saludos instruidos

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  2. Amigo Uno:

    He aprendido a pensar solo en el presente, pues el futuro lejos queda. Le agradezco sus buenos deseos.

    Saludos sinceros.

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