El infinito, esa extensión que nunca podremos abarcar y que ilustra el amor que sentíamos en la parte interior de nuestras muñecas.
Paseábamos por la calle con las manos cogidas sin temor a que nadie que me
conociera se cruzara con nosotros. Me daba igual que le contaran a mi marido
que acompañaba de la mano a un adonis en actitud pecaminosa -más que
cariñosa- porque había decidido vivir nuestra historia en absoluta libertad.
Mi matrimonio terminaría de un modo
u otro y entre tanto no iba a dejar de sentir la vida al lado de Étienne.
No traicionaba a mi esposo –que nadie caiga en el error de precipitarse
en sus interpretaciones, fruto de un análisis poco elaborado - estaba
siendo fiel a mis sentimientos y si llegaba a sus oídos que entre la cabeza de
un reno y la suya no había diferencia, sé que lo entendería porque me quería.
Cuando se quiere no hay reproches, sino condescendencia. Federico no me iba a
condenar por haber encontrado la felicidad plena en los brazos de otro hombre.
Era lo que deseaba para mí.
Las tardes que posaba en la
Academia de Pintura le recogía a la salida y dábamos un largo paseo hasta la
buhardilla, donde me enseñaba lo que aprendían sus alumnos en la Escuela de
Cocina donde impartía clases por las mañanas.
A Étienne se le daba bien enseñar, ya fueran técnicas culinarias o
sus atributos en un aula delante de quince personas.
-Leí en un anuncio del periódico que necesitaban modelos para una Academia de
Pintura y me pareció divertido intentarlo. Solo me supone trabajar tres horas
dos tardes a la semana y puedo compaginarlo con mi profesión.
Le pegó un lametón al helado de pistacho que nos estábamos tomando sentados en
el banco de un parque, entre arbustos y hojarasca.
No
le producía pudor posar desnudo. Le gustaba mostrar su cuerpo y que le
mirasen –o admirasen – y no porque fuera perfecto –él opinaba todo lo contrario
– sino porque no tenía complejos.
-Todos deberían probarlo. Desnudarse delante de los demás hace que se
asuman los defectos y parezcan atractivos. Si somos capaces de
mostrarnos sin ropa, no habrá nada a lo que no podamos enfrentarnos. El
temor a que nos vean cómo somos, desaparece.
Nos detuvimos delante de un estudio
de tatuaje. En el escaparate se exponían fotografías de trabajos hechos en la
piel. La imagen del infinito nos atrapó. Nos miramos pensando lo
mismo. Étienne apretó mi mano,
nuestros dedos se entrelazaron.
-¿Entramos? -preguntó.
Tiré de él hacia el interior de la tienda.
No
fue premeditado, simplemente ocurrió. Los dos sentimos que el infinito
simbolizaba lo que teníamos y lo escribimos en nuestra piel.
Ya solo simbolizaba el espacio que nos separaba.
Parece que los tiranosaurus rex se van a despachar al joven largarto presuntuoso.
ResponderEliminarSaludos golosos
Amigo Uno:
ResponderEliminarNada me hubiera gustado más que lo hicieran.
Saludos sinceros.