A veces echo de menos a Étienne.
Las cosas no siempre salen como las planeamos. Una vez más. Cené con Étienne por última vez la noche anterior a la convocatoria en la mansión.
Terminada la velada me fui con el roce de su cuerpo en la piel y el corazón hecho trizas. No me atreví a enfrentarle, guardé silencio, fingí que la desazón no me quemaba las entrañas y que no me estaba despidiendo para los restos de nuestras vidas. Siembra vientos y recogerás tempestades. Dos segundos bastaron para recoger el fruto de mis maquinaciones. Me estaba bien empleado.
Al volver a la mansión me metí en la ducha para deshacerme de sus caricias y de su olor, destrozada por el dolor. La niña de diez años que liberó a Yuco, lloraba amargamente bajo el chorro de agua, como la mujer de más de treinta que abominaba de sí misma.
Decepción, frustración, desolación.
Nada importaba lo que ocurriera al día siguiente.
Ya había perdido todo cuanto quería.
Finalmente el más listo de todos va a ser Gonzalo. Sobre todo por las lecciones aprendidas.
ResponderEliminarSaludos estudiados
Amigo Uno:
ResponderEliminarSin lugar a duda la razón le asiste.
Saludos cordiales.