domingo, 19 de noviembre de 2017

74. El Continental



El abuelo esperaba a Federico con un traje blanco, camisa celeste y el pelo engominado hacia atrás, tomándose un café, en una de las mesas de la terraza del Hotel Continental, con vistas al mar.
            Los dos amigos se abrazaron fuertemente, como si la noche anterior no se hubieran saciado del contacto físico que sus cuerpos reclamaban, en compensación a los años que habían estado separados.
            El camarero le trajo a Federico un café sin leche y les sirvió las tostadas que ha habían pedido.
           “Dado se había convertido en un hombre extremadamente hermoso. Sus ojos verdes, antaño desprovistos de luz y tristes, resaltaban en la tez bronceada. Las damas que aquella hora acompañaban a sus maridos en otras mesas, desviaban descuidadamente la mirada hacia Dado, que las correspondía con un saludo cortés de cabeza, consiguiendo ruborizarlas y que hicieran uso de un abanico para apaciguar los calores tangerinos.
            -Veo que no solo acaparas la atención de los caballeros, también la damas te rinden pleitesía.
            Dado sonrió de la misma forma sensual que lo hacía Lola.
            -A mujeres y hombres les gusta creer que son capaces de seducir y yo les complazco proporcionándoles unos segundos de felicidad que pueden almacenarse horas, e incluso días en su memoria, si sus vidas son anodinas.
            Bebimos de nuestras respectivas tazas de café. Cogí una tostada del plato y le di un mordisco. Estaba hambriento.
           -Fíjate en aquella señora –Dado me señaló con la barbilla a una mujer de mediana edad, sentada a dos mesas de distancia de la nuestra, que pasaba el rato leyendo un libro-. Coincido con ella muchas mañanas en esta misma terraza. A veces viene con una amiga, pero casi siempre desayuna sola y nunca le falta un libro con que entretener la soledad –la voz de Dado se había modulado en un susurro-. Mírala un rato. Aunque parece distraída en la lectura, percibirá el interés sobre ella y levantará la vista para confirmar sus sospechas y encontrarse contigo. Cuando  te descubra y vuestras miradas se crucen, salúdala con una sonrisa comedida. Las sonrisas amplias no son naturales y denotan prepotencia y  esa no es la impresión que queremos causarle, la incomodaría. Si sigues las indicaciones al pie de la letra, conseguirás hacerla sentir especial y quizás única. Subirás su autoestima y desaparecerá de su rostro ese halo melancólico que parce envolver su vida.
            Hice exactamente lo que me sugirió y en los siguientes minutos la expresión de la mujer rejuveneció diez años. Un simple gesto obra milagros.
            -¿Cómo sabes tanto de seducción?
           Acababa de asistir a una clase magistral impartida por una eminencia en la materia, impensable en el tímido Dado niño.
            Mi amigo estaba de vuelta de muchas cosas. Se había curtido. O le habían curtido.
            -Supervivencia.”
           

2 comentarios:

  1. Oh, el amor de Étienne se detiene.
    Pues más mejor para ti. Ya está bien de aprovechados, gigolós y viveslavida.

    Saludos planificados

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  2. Amigo Uno:

    Qué considerado es al pensar en mi bienestar.
    Soy merecedora de las consecuencias de mi actos, y debo asumirlas, aunque las noches las pase en blanco.

    Saludos sinceros.

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