domingo, 12 de noviembre de 2017

73. El camerino





          -No se puede olvidar el pasado cuando se tiene delante.
           Federico me miró después de pronunciar estas palabras que llevo clavadas en el alma. Se casó con el futuro de su pasado, y desde hacía tres años, éramos el presente de Dado, de Federico y de mi misma.
          No era consciente de lo mucho que nos parecíamos físicamente el abuelo y yo. Nos dábamos un aire, era cierto, pero pensaba que era porque ambos éramos el retrato de mi madre, que conservaba el atractivo de su padre en su rostro y su elegancia natural. Había heredado esa belleza, y los pasos de los años habían matizado sus rasgos en mi piel. Federico no era a mí a quien veía, cuando me miraba, sino a su querido amigo, y estaba dispuesto a rescatarme de mi egocentrismo, aun a riesgo de ser de las pocas cosas que le quedaran por hacer en la vida.
            “-¡Dado! –nos abrazamos una, dos, hasta tres veces-. No te imaginas lo mucho que pienso en ti –cuarto abrazo.- No me puedo creer que te tenga delante de mí.
            Lola desapareció con su melena ondulada y la sensualidad que rezumaba por cada poro de la piel para que el amigo al que extrañaba tanto presidiera aquel momento.
           Marité, la propietaria del local, abrió la puerta sin avisar y nos sorprendió pecho contra pecho, con mis brazos rodeando los hombros de Dado y los suyos en mi espalda.
           -Disculpen la interrupción, pero a Lola la esperan fuera para que continúe cantando y a su esposa le inquieta su ausencia. Hace unos minutos me manifestaba su preocupación porque su indisposición se hubiera agravado.
          Nos separamos embargados por la emoción del encuentro.
          Dado rodeó la cintura de Marité denotando que entre los dos existía una relación más estrecha que la empresarial.
          -Él es el amigo del que te hablé.
          Marité abrió mucho los ojos reconociéndome en la persona que Dado le había descrito. Ignoraba que le había contado sobre mí, pero por la expresión de su cara, era obvio que me considera de suma importancia en la vida de Dado.
            -Ella es mi ángel de la guarda – le besó en la mejilla-. Desayuno todas las mañanas en el Hotel Continental. Podríamos reunirnos mañana a las diez en la terraza. Las vistas al mar son espectaculares.
            -Allí estaré, amigo.
            Otro abrazo.
           -Primero salga usted Federico y márchese con su esposa –miró a Lola-. Tú saldrás cuando te mande aviso. Toda precaución es poca.
           Federico besó la mano de Marité en señal de agradecimiento.
           En ella teníamos una aliada.
 

2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  2. Esos jovenes franceses de entonces estaban tontos. Mira que subir a la torre con el riesgo de que el sonido de las campanas les dejasen sordos. Seguro que estás comenzaron su cantar y ellos, flojeras, incapaces de soportarlos se lanzaron al precipicio con precipitación y sin reparos.

    Que pena que no vivieran en nuestros tiempos hubiesen sidos grandes fanes de Buzz Lightyear (Toy Story) y su frase "Hasta el infinito y más".

    Al final Étienne será otro fresco interesado. Que mal ojo tienes para los jovenzuelos.

    Saludos de campanada

    ResponderEliminar