domingo, 5 de noviembre de 2017

72. Amistad





-¿Qué pasó después?
           Gonzalo, con el vaso de whisky en la mano formuló la pregunta que a todos nos rondaba por la cabeza y sobre cuya respuesta habíamos hecho cábalas secretas.
           Mis entrañables hijastros apostaron porqué, tras el descubrimiento del vagón de tren sobre la estantería,  su padre abofeteó al abuelo y se marchó dando un portazo después de escupirle los pies. La apocalíptica llegó más lejos que sus hermanos y no contenta con las bofetadas, dobló a Lola por la mitad al recibir ésta un fuerte puñetazo en el estómago con el puño cerrado.
            Gonzalo, por el conocimiento que tenía de Federico, un hombre cabal, cauto y templado que gestionaba las emociones con maestría, optó porque mi marido se despidió de Lola con la cabeza baja por el peso de la pesadumbre sobre su espalda y salió del camerino con la intención de no verla nunca más. Era evidente que la vida los volvió a unir de nuevo en algún otro momento de sus existencias, pero en ese los separó temporalmente.
            Entre el servicio también había diversidad de opiniones. André no pensó en nada. Se mantuvo erguido todo el tiempo sin pronunciar palabra o manifestar pensamiento alguno.
            María calzándose los zapatos de Federico, hubiera estrellado el dichoso vagón contra el espejo mirando don desprecio a la cupletista, a la que una esquirla de cristal le habría saltado a la cara y dibujado una línea roja en la mejilla como castigo divino a su perfidia.
            Marina –la sirvienta- y Eva –la agente infiltrada amante y enamorada de Alex-, menos afectada por mi relato con el transcurso de las horas y con el rostro visiblemente más relajado, tal vez habiendo asumido que su carrera en los cuerpos de seguridad había terminado, en consenso consigo misma, no dudaba que Federico le recriminó a su amigo de infancia el engaño al que le había sometido ocultándole su verdadera identidad y soltándole un sermón purista sobre lealtad y honestidad.
            Las Abcedé cuchichearon entre si: “Seguro que el señor se fue sin decir ni mu”, “no,no, se fue después de leerle la cartilla al abuelo de la señora”, “quien se fue es Lola. En la sala la esperaban para cantar…”
            Brígida tenía un único pensamiento: “esta casa es de locos”.
            Alex tenía claro que para celebrar el reencuentro, los dos amigos se enrollaron en el diván. Daba por hecho que había uno, como en todos los camerinos de casi mediados de siglo XX, para que la estrella del espectáculo reposara unos minutos antes de atender a los admiradores que hacían cola por verla a solas.
            Regina… Regina continuaba con la boca abierta. Habría olvidado como cerrarla.
            Federico nos miró uno por uno intuyendo que nuestra cabezas era una olla a presión donde se cocinaban suculentas ideas.
            -Abracé a mi amigo.
 




2 comentarios:

  1. Oh, los dos tortolitos marcados con un ocho que ha sido incapaz de mantener el equilibrio y cayó hasta quedar tirado en el suelo.

    Con tantas suposiciones sobre la permisividad de Federico creo también el acabará desprovisto de ropa para que le pinten multiplemente.

    Saludos pintorescos

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  2. Amigo Uno:

    Sabrá que el cero y la O, no son más que infinitos desenredados.
    El verdadero símbolo de la perpetuidad que siempre estará en nuestros corazones.
    Por Federico no debe preocuparse. Siempre le protegeré.

    Saludos sinceros.

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