-¿Qué pasó después?
Gonzalo, con el vaso de whisky en la mano
formuló la pregunta que a todos nos rondaba por la cabeza y sobre cuya
respuesta habíamos hecho cábalas secretas.
Mis entrañables hijastros apostaron porqué, tras
el descubrimiento del vagón de tren sobre la estantería, su padre abofeteó al abuelo y se marchó dando
un portazo después de escupirle los pies. La apocalíptica llegó más lejos que sus hermanos y no contenta con las
bofetadas, dobló a Lola por la mitad
al recibir ésta un fuerte puñetazo en el estómago con el puño cerrado.
Gonzalo, por el conocimiento que tenía de
Federico, un hombre cabal, cauto y templado que gestionaba las emociones con
maestría, optó porque mi marido se despidió de Lola con la cabeza baja por el peso de la pesadumbre sobre su
espalda y salió del camerino con la intención de no verla nunca más. Era
evidente que la vida los volvió a unir de nuevo en algún otro momento de sus
existencias, pero en ese los separó temporalmente.
Entre el servicio también había diversidad de
opiniones. André no pensó en nada. Se
mantuvo erguido todo el tiempo sin pronunciar palabra o manifestar pensamiento
alguno.
María calzándose los zapatos de Federico,
hubiera estrellado el dichoso vagón contra el espejo mirando don desprecio a la
cupletista, a la que una esquirla de cristal le habría saltado a la cara y
dibujado una línea roja en la mejilla como castigo divino a su perfidia.
Marina –la sirvienta- y Eva –la agente
infiltrada amante y enamorada de Alex-, menos afectada por mi relato con el
transcurso de las horas y con el rostro visiblemente más relajado, tal vez
habiendo asumido que su carrera en los cuerpos de seguridad había terminado, en
consenso consigo misma, no dudaba que Federico le recriminó a su amigo de
infancia el engaño al que le había sometido ocultándole su verdadera identidad
y soltándole un sermón purista sobre lealtad y honestidad.
Las Abcedé
cuchichearon entre si: “Seguro que el señor se fue sin decir ni mu”,
“no,no, se fue después de leerle la cartilla al abuelo de la señora”, “quien se fue es Lola. En la sala la esperaban para
cantar…”
Brígida tenía un único pensamiento: “esta casa
es de locos”.
Alex tenía claro que para celebrar el
reencuentro, los dos amigos se enrollaron en el diván. Daba por hecho que había
uno, como en todos los camerinos de casi mediados de siglo XX, para que la
estrella del espectáculo reposara unos minutos antes de atender a los
admiradores que hacían cola por verla a solas.
Regina… Regina continuaba con la boca abierta.
Habría olvidado como cerrarla.
Federico nos miró uno por uno
intuyendo que nuestra cabezas era una olla a presión donde se cocinaban suculentas
ideas.
-Abracé a mi amigo.
Oh, los dos tortolitos marcados con un ocho que ha sido incapaz de mantener el equilibrio y cayó hasta quedar tirado en el suelo.
ResponderEliminarCon tantas suposiciones sobre la permisividad de Federico creo también el acabará desprovisto de ropa para que le pinten multiplemente.
Saludos pintorescos
Amigo Uno:
ResponderEliminarSabrá que el cero y la O, no son más que infinitos desenredados.
El verdadero símbolo de la perpetuidad que siempre estará en nuestros corazones.
Por Federico no debe preocuparse. Siempre le protegeré.
Saludos sinceros.