domingo, 29 de octubre de 2017

71. Reacciones




            Nos quedamos estupefactos.
            Los veinte primeros segundos no se oyó el aleteo de una mosca, ni una sola respiración y si el techo se hubiera derrumbado sobre nuestras cabezas, habríamos permanecido con la vista puesta en Federico.
            El silencio sepulcral fue alterado por el balbuceo ininteligible de la llanera, a la que el labio inferior le temblaba descontroladamente.
            La sala se llenó de sonidos mezclados entre sí.
          El servicio emitió onomatopeyas “guau”, “oink” y en interjecciones “ah”, “oh”, repetidamente, excepto André, que impertérrito a lo que acabábamos de oír, le sirvió una taza de tila a la solitaria, en estado de shock transitorio.
            Mis hijastros varones murmuraban incrédulos: “no puede ser, no puede ser”, “está desvariando, hay que hacer algo”, “por todos los santos, que monstruosidad”.
            Alex, loco por marcharse de allí, inseguro en terreno desconocido, estalló en una serie de carcajadas sonoras y encadenadas, preso de una reacción nerviosa: “están zumbados”.
           A Regina se le abrió tanto la boca que faltó poco para que se le desencajase.
          Gonzalo se levantó del tresillo, se encaminó hacia la mesa de las bebidas y se sirvió un whisky, el tercero, buscando con la mirada mi aprobación. De buena gana le hubiera acompañado en la ingesta de alcohol, pero me quedé al lado de Federico, al que Brígida le tomaba la tensión por segunda vez aquella tarde, que había virado en noche, para mostrarle mi comprensión y apoyo. Lo que nos había contado me afectaba de alguna manera y le preocupaba cómo podría reaccionar. De niños mitificamos a los abuelos y temía que su confesión provocara que Dado, dejara de presidir en mis recuerdos de infancia, el lugar que se merecía. Me agaché a su vera y deposité un cálido beso sobre su mano. Asintió aliviado con la cabeza.
          Jamás juzgaré a personas que se dejaran llevar por sus sentimientos. El amor no entiende de géneros.
          Comprendí el silencio de mi madre respecto del abuelo y su cambio brusco de actitud cuando pretendía ahondar en su biografía. Ignoraba cuanto sabía ella de su padre, pero intuía que ocultaba cosas de su vida que tal vez la avergonzaban, desaprobaba o ambas cosas a la vez o quizás no había sabido encajar.
          El abuelo era sorprendente. Un hombre al que me hubiera gustado conocer más y que mi egocentrismo lo alejó de mí. Le perdí cuando tenía dieciséis años en Haití. Había viajado allí en busca de inspiración para sus lienzos. El huracán Jeanne le arrastró mar adentro y nunca nos devolvió su cuerpo. A veces pienso que se salvó y vive en una bonita isla caribeña. Que se reinventó una vez más a sí mismo y que es feliz.
           Recuerdo a los dos amigos en la sobremesa de una comida familiar charlando animadamente. Ni por asomo se me hubiera pasado por la mente que la admiración y respecto que se mostraban constantemente, iba más allá de una vieja amistad.
          Les unían lazos más poderosos.

 


2 comentarios:

  1. Pues si que fue a parar lejos Dado. Suerte que paró en tierra firma y no fue pegando botes hasta caer al agua.
    De momento Federico, o Fede rico para ti, y Dado está bastante alejados. A ver cómo se las arreglarán por separado.

    Saludos distanciados

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  2. Amigo Uno:

    Soy el resultado de una parte de la vida del abuelo y el pasado de Federico. No les fue mal en la distancia.

    Saludos sinceros.

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