sábado, 17 de febrero de 2018

80. Lola


           “Estuvimos cuatro meses recorriendo el norte de España en la vieja camioneta que Mariano había adquirido años atrás en un trueque en Francia, antes de llegar a Madrid.
            Celso y yo nos encargábamos de montar el escenario y de velar porque el espectáculo saliera bien. Compartíamos habitación en los hostales y pensiones donde nos alojábamos.
           Víctor me observaba a menudo desconfiado. Desde que nos presentaron tuve la impresión de que no le caía bien, pero después de unirme a la compañía, me di cuenta de que no le caía bien nadie. La única persona con la que tenía una estrecha relación era con Marité, su confidente y quien conocía al detalle cada paso que había dado en la vida o daría. La actitud de Víctor era distante y prepotente. Se creía una estrella… Quizás en otros tiempos lo hubiera sido pero en La Pequeña Compañía era uno más y para el mundo era tan insignificante como cualquier de nosotros.”
             Al abuelo se le empañaron los ojos y se le hizo un nudo en garganta. Bebió un poco del agua del vaso que le había pedido al camarero que le trajera y continuó con el relato.
            “Habíamos llegado a La Joyosa, un pueblo de no más de quinientos habitantes donde montábamos el escenario. Víctor ese día estaba más obstinado que nunca en seguir de cerca cada uno de mis movimientos con descaro y sin recato. Me puso nervioso, me inquietó. Saberme tan observado me incomodaba y se me pasó por la cabeza la idea de que estaba esperando a que cometiera alguna torpeza para hablar con Mariano y que me echaran de la compañía. Muy al contrario me sorprendieron sus palabras cuando decidió que era el momento  de dirigírmelas.
            -Eres mono… -se deleitó en cada sílaba pronunciada como si fueran de chocolate y se le estuviera derritiendo en la boca lentamente… muy despacio.
           Miré a Celso no entendiendo nada, que se echó a reír, turbándome más. Pensé que me estaban tomando el pelo. No, no cantaba. No lo había hecho nunca.
           -Te puedo enseñar a entonar. Tienes presencia –me miró de arriba abajo haciéndome sentir más incomodo que antes y noté cierta lascivia en sus ojos. Las manos me empezaron a sudar. Tragué saliva… varias veces -. Eres joven… un poco de aire fresco al espectáculo no le vendría mal. El repertorio se está quedando vetusto.
           Me estaba gastando una broma o se había vuelto majareta, de lo que no cabía duda es que disfrutaba oliendo mi temor.
           -Soy vergonzoso –acerté a decir aun a riesgo de convertirme en el centro de sus burlas.
           -Solucionaremos eso más adelante. Te daré unas clases y si sirves, tendrás un lugar en el mundo del espectáculo… guapo.
          Víctor exageraba, pero sin quererlo se convirtió en mi pigmalión y yo, con la ayuda de Marité, que fue su cómplice, y a la que amaba en secreto aunque ella solo buscaba en mí el calor de un cuerpo joven e inexperto en la habitación de un hostal aragonés, me transformé en Lola”.
         

2 comentarios:

  1. Si tu abuelo hubiera escrito un libro, se encontraría entre mis favoritos.
    La vida enseña, yo he aprendido de ella.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Podrías escribir su historia, amiga.
    Te la cuento.

    Un abrazo afectuoso.

    ResponderEliminar