sábado, 10 de marzo de 2018

82. Víctor






En Junio de 1936, La pequeña compañía se disolvió.
El abuelo y Víctor se quedaron en Madrid trabajando en el club nocturno y compartiendo una habitación en una pensión cercana. Marité se marchó con sus tíos Mariano y Eugenia a Granada, donde les esperaba el resto de la familia. Los tres insistieron en que el abuelo les acompañara o que volviera a la aldea con sus padres, pero la vida recién descubierta pesó más que el temor a una guerra inminente. Celso se unió a un grupo republicano alojándose en la clandestinidad.
Una noche unos uniformados irrumpieron en el local. Víctor se abalanzó sobre Lola, que cantaba en el escenario, cayendo ambos al suelo, al verlos aparecer por la puerta apartando a los clientes a empujones.
-Cámbiate rápido. No te pueden ver así.
El abuelo reptó veloz como una largatija por el suelo hasta el camerino entre las piernas enloquecidas de los presentes que corrían de un lado a otro del local, intentando salir por alguna parte. Los uniformados tenían franqueada la entrada. Eran diez hombres con cara de pocos amigos y las peores pulgas.
Víctor volvió al piano y empezó a entonar una melodía… El día que nací yo.
Convirtiéndose en el centro de atención, ganaría tiempo para que Lola volviera a ser Dado.
Uno de los invasores se le acercó y le ordenó que dejara de tocar. Lo hizo antes incluso del tiempo previsto por Víctor. Dado tendría que ser muy rápido para borrar de si cualquier vestigio de Lola.
-Estoy trabajando.
El primer golpe le cogió desprevenido, el segundo y el tercero, los esperaba. Los que siguieron acabaron de convencerle, tirado en el suelo hecho un ovillo, de que su vida no merecía tanto la pena como la de Dado, que empezaba a vivirla. Al chico le quedaban muchas cosas por hacer aún. El había hecho las que había querido.
Dado trató de abrirse paso entre la gente cuando vio a su amigo tendido en el suelo con el uniformado dejando las huellas de sus botas en su cuerpo. Víctor, semiinconsciente le indicó que se marchara de allí con un movimiento de cabeza, pero el abuelo puso más empeño aún en llegar hasta donde estaban.
-¡Basta ya! –le gritó al uniformado.
-¿Tú también eres rarito como este?
-Somos hombres que se visten por los pies y no poco hombres que se envalentona dentro de un uniforme.
El uniformado le dio con la porra en los riñones. El abuelo sintió un dolor inmenso que le cortó el aliento.
Alguien gritó en la sala en medio del barullo existente algo que cambió el devenir de las cosas.
-Somos más que ellos.
Otro hombre repitió la frase, al que le siguieron más clientes alzando sus voces hasta convertirla en un soniquete.
Los intrusos se miraron entre sí temerosos de las represalias. Los clientes del local les fueron reduciendo con el sonido de sus voces al centro del establecimiento, donde los diez hombres miraban a uno y otro lado.
Dado se agachó a socorrer a Víctor que cada vez respiraba más despacio.
-Todo va a estar bien.
-Ve… te… No… puedes… quedarte aquí…
-Nos iremos juntos.
Uno de los camareros se les acercó. Solían terminar la noche brindando con ellos cuando todo el mundo se había marchado al despuntar el amanecer.
-Hazle caso, vete. Yo me ocupo de él. Este no es lugar para ti.
-No voy a dejarle solo.
-No estará solo –miró hacia el mostrador-. Solo ayúdame a llevarlo detrás de la barra. Allí correrá menos peligro. Le llevaremos al sanatorio. Le sacaremos por la puerta de atrás… Debes irte.
El abuelo miró al hombre que le había enseñado a no tener miedo de mostrarse como era, por muy poco que les gustara a los demás. Víctor buscó la mano de Dado mientras le llevaban detrás de la barra, donde otro camarero les esperaba, sin fuerzas para apretársela.
-Vi…ve…por…los…dos.
Dado se abrazó al amigo depositando sobre sus labios un beso salado.
-Cuidaremos de él. Vete. ¡Corre!
Dubitativo se dirigió al almacén desde donde alcanzó el callejón por el que corrió sin saber a hacia dónde dirigirse.
La felicidad es efímera.

 

 
 
 

2 comentarios:

  1. Percibo cierto acercamiento de Gonzalo.
    Limar asperezas os vendría muy bien a los dos.
    Os deseo consenso.

    Un abrazo, querida.

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  2. Gonzalo es generoso y a su pesar, hace que mi vida sea más sencilla, aunque nunca lo admitirá.

    Un abrazo fuerte, Dani.

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