domingo, 6 de mayo de 2018

83. La habitación




       
 “Nos volvimos a ver a la mañana siguiente en la misma mesa de la terraza del hotel Continental… y al siguiente… y al otro hasta que al quinto día, Lola apareció con un vestido de tirantes verde oliva de seda con vuelo y la melena pelirroja cayéndole sobre los hombros bajo un sutil tocado del mismo color que el vestido con una flores blancas bordadas.
            -¡Estás impresionante! –balbuceé como consecuencia del nerviosismo que me producía tener tan cerca a aquella enigmática mujer. La más hermosa que he conocido nunca… “
             -¡Estás faltando a la memoria de madre!
            La apocalíptica interrumpió una vez más el relato de Federico, al que borró de un golpe la sonrisa nostálgica que le producían los recuerdos. Su boca se convirtió en una línea firme y tensa sobre su rostro arrugado.
            -Si dejas que termine llegaré a la parte en la que tu madre se lo pasaba tan bien como yo en aquella época, aunque descubrir su naturaleza real te desquicie. Fuimos jóvenes como tú lo fuiste alguna vez y nunca consideramos nada de lo que hicimos un error… No estamos en igualdad de condiciones con respecto a ti.
             Segunda estocada en la tarde a la hija quejica e intolerante… El misterio que rodeaba a mi hijastra suscitaba cada vez más interés en mí… ¿Qué le avergonzaría haber hecho en el pasado tanto como para considerarlo un error en la intachable reputación de una puritana? Presentía que estaba cerca de descubrirlo y que aunque Federico no aprobó su actitud, la apoyó guardando su secreto. ¿Lo conocerían el resto de sus hermanos?
              “Desayunamos frente al mar y después fuimos a la habitación que Lola tenía reservada en el hotel para tratar asuntos de carácter más íntimo.”
               Todos imaginamos cuales eran esos asuntos que a algunos repugnó, a otros asombró y hay quienes en la recreación que hicieron en su mente incluso experimentaron sensaciones nuevas que no les importaría hacer realidad.
             Miré la estampa que tenía ante mis ojos: Gonzalo y Alex, mi ex-marido y mi ex-amante lucían una sonrisa jocosa en sus rostros. Alex parecía no tener ya prisa por marcharse y a Gonzalo el cansancio que le había notado en algunos momentos de la tarde, probablemente porque desde su recién estrenada paternidad dormía menos horas de la que su celebro necesitaba para renovarse, se acentuaba menos en un cara cada vez más relajada y sonriente.
             Regina continuaba sin procesar a la velocidad habitual todo lo que estaba ocurriendo en la sala. De habérsele pasado por la cabeza grabar cuanto ocurría en la salita del te de la mansión, para reproducirlo a sus amistades, se habría quedado sin batería.
            El servicio se miraba entre sí y se sonreían asistiendo a la insólita historia de Federico, al que conocían como un hombre recto, disciplinado y amable, del que  jamás hubieran sospechado que en su juventud tenía el corazón desbocado, ni que se entregara con tanta facilidad a sus instintos más básicos.
             La incomodidad de mis hijastros la delataba sus traseros inquietos. Cambiaban de postura continuamente, resoplando a menudo y consultando la hora en su reloj con frecuencia. Me detuve en la jineta para disfrutar de la contracción de los músculos de su cara y de los morros porcinos que lucía todo el rato.
            “Los encuentros posteriores a esa primera vez con Lola terminaban en la habitación que el Continental ponía a disposición de la estrella que dos veces al mes deleitaba a sus clientes con una actuación.
           Una mañana, saliendo del baño con el albornoz blanco del hotel, abrí la puerta de la habitación, cuando la golpearon dos veces pensando que el mozo nos traía algo que Lola había pedido por teléfono mientras me duchaba. El estupor asomó por mis ojos. Era Juanibel.”

 
 

1 comentario:

  1. Viajar a Tánger para seguir los pasos de tu abuelo, te reconciliaría con su ausencia.

    Un abrazo, amiga.

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