domingo, 13 de mayo de 2018

84. Sospecha fundada



            En el supuesto de que me hubiera casado con un hombre al que amara (con Gonzalo lo hice por un capricho absurdo, y con Federico por interés, aunque en los últimos meses mis sentimientos hacia ambos han virado. Por el primero siento cariño, al segundo me une un afecto tierno), como Étienne, que de amante furtivo en la Aldea de la Reina de Versalles, le concedí licencia para merodear por mi corazón blindando (y me lo destrozó), descubrir a mi marido en albornoz, recién salido de la ducha en la habitación de un hotel con la sospecha de que no está solo, como poco, me hubiera llevado a los demonios, y poseída por la rabia, me hubiera abalanzado sobre él para intentar arrancarle los ojos pese a que después me hubiera tenido que limpiar la viscosidad de las manos. Soy pasional.
            Juanibel mantuvo la calma, mortificándole la decepción posó sus ojos de lánguidas pestañas en Federico, que se ajustó el albornoz para esconder sus vergüenzas y con la habitual calidez y dulzura que la caracterizaban preguntó con voz firme:
            -¿Puedo entrar?
           La nuez de Federico aumentó su volumen al tragar saliva, cediéndole el paso a la esposa traicionada.
             En los zapatos de mi marido le hubiera pedido a Juanibel que esperara en el bar del hotel a que bajase a reunirme con ella con una indumentaria más adecuada para los asuntos espinosos que debían tratar, pero Federico dio muestras de su honestidad una vez más.
             -¿Es lo que parece?
            Federico apesadumbrado por el olor que le estaba causando a su esposa, asintió con la cabeza. Juanibel se había sentado a los pies de la cama de sábanas revueltas. Federico frente a ella en una silla tapizada con la misma tela crema que las cortinas.
            -Esto es lo que ni tu ni yo podemos evitar cuando la pasión nos hace sus presas y caemos en la tentación de nuestros cuerpos. No existen explicaciones posibles. El deseo anula la razón. No somos nosotros, es el amor rezumando por los poros. Tú y yo sabemos lo que es.
            Juanibel, con aire de resignada aceptación desvió la vista hacia la puerta del baño, de donde procedía el sonido de un gripo abierto. Se le habían humedecido los ojos, pero no derramó una sola lágrima.
            -Pídele que salga, por favor.
            El padre de mis cuatro hijastros obedeció.
            -Un segundo, amor –la voz del abuelo sonó cantarina.
            Amor, amor, amor… “Tu y yo sabemos lo que es”.
            Juanibel lo conocía bien.
 

 

1 comentario:

  1. Entrañable historia en tiempos difíciles.
    Gracias por compartirla con todos.

    Un beso.

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