domingo, 3 de junio de 2018

87. Histeria




            Creíamos que nada más podría asombrarnos después de todo lo oído en una tarde virada en noche teñida de confesiones.
           Juanibel permanecía sentada en una punta de la cama donde minutos antes su marido y Lola aligeraban el peso de sus cuerpos a través de la sudoración, esperando a que la cupletista saliera del baño, pero quien lo hizo fue Dado, con una toalla blanca rodeándole la cintura, el torso salpicado de gotitas de agua y el pelo mojado cayéndole sobre los ojos del verde más intenso y bonito que Juanibel había visto nunca. Miró a su marido, que por la descomposición del rostro habría preferido que Lola se quedara un poco más en la habitación donde los sueños eran posibles, y se echó a reír descontroladamente en un ataque que los dos hombres convinieron de histeria y que era de alivio y liberación.
           Rió a mandíbula batiente hasta que el llanto contenido por varios días se desbordó por sus mejillas. Los amigos, circunspectos estaba paralizados por las sonoras carcajadas que profería la susodicha.
          Transcurrieron varios minutos en los que la palidez de Juanibel se tornó rojo bermellón y sus manos acusaron sobre el vientre el dolor que le producía su propia risa, antes de que el acceso de alegría, locura para los amantes, fuera disminuyendo poco a poco; desinflándose en pequeñas carcajadas de volumen moderado.
           Federico temió la reacción de su esposa una vez volviera en si. Su deslealtad sería menos dolorosa para ella si solo hubiera encontrado a Lola en la habitación. La presencia de Dado acabaría con su matrimonio y sería contraproducente para su reputación que se supiera que se pirraba por un hombre.
           Era el momento de intervenir y cuando Federico trató de hacerlo con un “lo siento” inacabado, su esposa se lo impidió poniéndose el índice sobre los labios. Una súplica asomó a sus ojos. A Federico se le partió el alma.
           -No me excluyas de tu vida. Quiero ser partícipe de cada instante y compartir tu dicha. No me des las sobras de tu amor.
           Su voz se oyó pausada y serena. La observó al levantarse de la cama y dirigirse hacia el abuelo. Juanibel comprendió en un segundo porque los hombres enloquecían con Lola.
           -¿Podrás amarme como a Federico?
           El abuelo le tomó una mano y se la besó suavemente notando el estremecimiento de la esposa de su amigo.
           Fue así como Juanibel se enamoró de Dado.
 

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