Juanibel permanecía sentada en una punta de la
cama donde minutos antes su marido y Lola aligeraban el peso de sus cuerpos a
través de la sudoración, esperando a que la cupletista saliera del baño, pero
quien lo hizo fue Dado, con una
toalla blanca rodeándole la cintura, el torso salpicado de gotitas de agua y el
pelo mojado cayéndole sobre los ojos del verde más intenso y bonito que
Juanibel había visto nunca. Miró a su marido, que por la descomposición del
rostro habría preferido que Lola se quedara un poco más en la habitación donde
los sueños eran posibles, y se echó a reír descontroladamente en un ataque que
los dos hombres convinieron de histeria y que era de alivio y liberación.
Rió a mandíbula batiente hasta que el llanto
contenido por varios días se desbordó por sus mejillas. Los amigos,
circunspectos estaba paralizados por las sonoras carcajadas que profería la
susodicha.
Transcurrieron varios minutos en los que la
palidez de Juanibel se tornó rojo bermellón y sus manos acusaron sobre el
vientre el dolor que le producía su propia risa, antes de que el acceso de
alegría, locura para los amantes, fuera disminuyendo poco a poco; desinflándose
en pequeñas carcajadas de volumen moderado.
Federico temió la reacción de su esposa una vez
volviera en si. Su deslealtad sería menos dolorosa para ella si solo hubiera
encontrado a Lola en la habitación. La presencia de Dado acabaría con su matrimonio y sería contraproducente para su
reputación que se supiera que se pirraba por un hombre.
Era el momento de intervenir y cuando Federico
trató de hacerlo con un “lo siento” inacabado, su esposa se lo impidió
poniéndose el índice sobre los labios. Una súplica asomó a sus ojos. A Federico
se le partió el alma.
-No me excluyas de tu vida. Quiero ser partícipe
de cada instante y compartir tu dicha. No me des las sobras de tu amor.
Su voz se oyó pausada y serena. La observó al
levantarse de la cama y dirigirse hacia el abuelo. Juanibel comprendió en un
segundo porque los hombres enloquecían con Lola.
-¿Podrás amarme como a Federico?
El abuelo le tomó una mano y se la besó
suavemente notando el estremecimiento de la esposa de su amigo.
Fue así como Juanibel se enamoró de Dado.
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