domingo, 2 de septiembre de 2018

88. Asueto





Fin del segundo acto.
La apocalíptica vomitó encima de la pierna del hermano que tenía sentado a su derecha. El afectado se levantó como un resorte del sillón con cara de asco sacudiéndose de la tela del pantalón la papilla ocre con tropezones oscuros con que su hermana, más blanca que la espuma del mar arribando a la orilla, le había obsequiado, poniendo perdida la alfombra bajo sus pies. Las abecedé corrieron, servilletas en mano, a limpiar todo rastro de desecho orgánico expulsado. André ordenó a María que le preparase una manzanilla a la jineta, mientras Rottie la examinaba tumbada sobre el sofá que el trasero de los otros dos hermanos, no afectados por la espontaneidad de su consanguínea, liberaron voluntariosos.
Más temprano que tarde la única hija de Federico fue recuperando el color entre lamentos y sollozos propios de bebé con berrinche. Para cuando ello ocurrió, María de cuclillas delante de ella removía la infusión con una cucharilla. No solo hubo que limpiar el pantalón y la alfombra, las abecedé se afanaron en borrar todo rastro de mal olor del tejido del sofá.
Gonzalo buscando un poco de privacidad se acercó a la ventana para llamar a casa y decirle a Patricia que no tardaría en volver. Le preguntó por su hijo y sonrió cuando su esposa le contó algo, probablemente nuevo, que había hecho el bebé. Se despidió de ella al tiempo que me descubría observando la escena, con un “te quiero” que me entristeció. Me estaba mirando, pero esta vez no iba dirigido a mí… o sí. Reconozco que me complacería seguir siendo la única mujer de su vida, pero no se merece el martirio de sufrirme.
Marina, la sirvienta/ Eva la policía, no cejaba en su empeño de acercarse a Roberto, el impostor / Alex el burlador. Cegada por falsas promesas, después de mi discurso creía que era ella quien le debía una explicación, en un intento desesperado de arreglar lo que creía que tenían. Su ambición amorosa casi mata a mi marido, haciéndome responsable de su desaparición, pero no le guardaba rencor. Solo era una mujer enamorada, como lo soy yo. Hay cosas que no podemos controlar ni en las que podemos intervenir porque son procesos bioquímicos que se desencadenan en nuestro organismo, imparables.
Étienne era mi estímulo.

 

 

 
 
 

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