“Si somos capaces de mostrarnos sin ropa, no habrá nada a lo que no podamos enfrentarnos. El temor a que nos ven como somos desaparece”.
Las palabras de Étienne me afeaban la conciencia. Despojarse de lo accesorio rompe techos y el mío faltaba poco para que me rozara la cabeza.
Nadie permanecía sentado.
Los varones de Federico hablaban en un corrillo; Regina se despedía de Gonzalo con dos besos y mandaba saludos a Patricia, la mujer de mi ex; Alex y Eva se hacían reproches a media voz y cierta distancia para no llamar la atención de la concurrencia y les relacionase como había insinuado en el sueño; las Abecedé amontonaban platos y vasos para fregarlos en la cocina mientras María apartaba la comida sobrante con intención de darse un banquete; André se mantenía al lado de la puerta abierta esperando a que Federico, acompañado de Rottie y su hija la malvada, salieran.
Todo hubiera seguido su curso de no haberme empeñado en lo contrario.
-Federico –pronunciar su nombre se me hizo raro, acostumbrada a llamarle “querido”-, el abuelo te habría agradecido que me hayas protegido, aún no mereciéndolo, pero sé que habría querido que aprendiera de los errores y asumiera las consecuencias. Solo puedo hacerlo de una forma: desnudándome.
Dicho y hecho. Me quité el cardigán de punto marengo; me desabroché el botón de los tejanos y luego la cremallera entre murmullos de asombro.
-Urdí un plan para apropiarme el Fabergé –Alex se peino con las manos varias veces seguidas, gesto habitual en él cuando estaba nervioso. Los pantalones cayeron al suelo rodeándome los tobillos. Me deshice de ellos sacando un pie primero y luego el otro-. Se me ocurrió una mañana en tu dormitorio al darte los buenos días. No me gusta estar casada –Gonzalo sonrió con sorna-, ni vivir en un geriátrico… y esto va más por tus hijos que por ti, que aún aventajándoles en años, son más viejos que tú… y cuadriculados –las caras largas de mis hijos postizos les llegaron a los pies-. Estuve dándole vueltas unas semanas a la idea… Si sustituía el Fabergé por una réplica exacta, para cuando te dieras cuenta de que no era el auténtico, ya estaría lejos –me paseé entre los asistentes-. Se me pasó la mano con el alprazolam –Eva me retiró la mirada para fijarla en el suelo-. Solo quería que durmieras… Si hubiera querido hacerte daño, no me habría quedado contigo teniendo en mi poder el Fabergé. Me importas más de lo que crees. Estaba arrepentida y avergonzada de lo que había hecho. Decidí retroceder y sacrificar mi sueño en tu beneficio- la camiseta blanca salió por la cabeza deshaciéndome la coleta alta que me había hecho. El cabello me cayó por encima de los hombros. Deambular en ropa interior era como hacerlo en bikini, con la diferencia de que no estaba en la playa-. Si no hubiera sido por la mosca que revoloteó dentro de la urna, nunca hubieras sabido lo ruin que es tu esposa –el sujetador dejó de oprimirme el pecho. Lo dejé caer al suelo donde le seguiría el culotte. Las exclamaciones iban en aumento-. Te lo iba a contar la tarde que me golpeé la cabeza con el aspersor… ahora ya lo sabéis todos -me acerqué a Federico franqueado por su hija y Rottie-. Perdóname por haberme dado cuenta tarde de que mi mayor tesoro eres tu- ¡menuda pedantería! Pero lo decía en serio… muy en serio-. No fingí la amnesia –al menos la primera hora-, era transitoria. Estoy segura de que sabrás sacarle partido a mi recuperación o serías mal llamada arpía –la apocalíptica recibió mis palabras con indignación y furor en los ojos-. Si me dispensáis, me retiro a mi dormitorio. Os agradezco que hayáis respondido a la invitación con vuestra asistencia.
Pasé delante de André, plantado como una estatua al lado de la puerta. Percibí en su rostro inalterable cierta aprobación. Le caía bien.
Salí de la sala del te y atravesé el vestíbulo despojada de temores. Mostrándome como era, los miedos dejaban de existir. Dejé descansar las manos sobre mi vientre.
No estaba sola.
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