domingo, 9 de septiembre de 2018

89. Ménage à trois





            -Juanibel y yo nos enamoramos del mismo hombre y de la misma mujer a la vez y Dado nos amó a ambos por igual… Nos entregamos por completo los unos a los otros desprovistiéndonos de pesados lastres de moralidad que coartaran nuestra libertad de expresarnos con naturalidad.
           -¡Prácticas aberrantes! Os entregasteis al libertinaje inducidos por el abuelo depravado de tu mujercita.
            No se oyó un sonido durante los diez segundos en que una ola de rabia no dejo un resquicio sin recorrerme desde el estómago a la garganta. Contuve las ganas de abofetearla, como ganas no le faltaron a Federico de hacer lo mismo al oír a la víbora de su hija referirse en esos términos del abuelo. La sensatez me amparó y aplacó a mi marido cuando me hice cargo de la situación.
            -Mi abuelo vivió como quiso y nunca juzgó como lo hacían el resto. Tú vives de las apariencias y amargada por tener que reprimir tu naturaleza real, como si sentir fuera un pecado que nunca hubieras cometido en el pasado. Dentro de ti hay tanto fuego contenido que hueles a chamusquina… -sentí un leve mareo del que me repuse respirando hondo varias veces-. ¿Qué es lo que ocultas que te avergonzaría si saliese a luz?
           -Mi conducta es intachable y afortunadamente dista mucho de la de tu familia –la repugnancia salía por su boca a borbotones.
           Federico gruñó como lo hacían Idi y Otas al olerme a cien metros, aun no siendo un San Bernardo como sus perros, pero pareciéndolo cada día más si se le observaba durante un rato, cambiando de posición en la butaca visiblemente incómodo mientras se debatía entre si poner en evidencia a su engendro  o mantenerse en silencio notando como la sangre le bullía. Las miradas que intercambiaron padre e hija guardaban un secreto que problablemente  desconocieran sus hermanos a juzgar por las caras de alelados que lucían, que se ser descubierto cambiaria la imagen santurrona de la jineta.
             Antes Federico había dejado caer que el expediente de su hija no estaba lo limpio que ella pretendía… “… posiblemente tú seas la menos indicada para reprocharme nada… ¿Debo recordártelo?”.
           Con la cara encendida por la rabia que la concomía, mi hijastra fue metamorfoseándose en una fiera acorralada dispuesta a atacar con saña para defenderse.
            Una sonrisa maléfica asomó a sus labios desfigurados por la edad. No me amilané, si era su propósito. Adopté una actitud altiva de suficiencia. Se percibía el desastre.
           -Si recuerdas con claridad como era el hombre que pervirtió a mis padres, es una evidencia que tu amnesia es una invención para no afrontar la consecuencia de tus actos –se levantó con majestuosa teatralidad del sillón vomitado-. Tu tiempo ha acabado. Vas a rendir cuentas por todo el daño que le has hecho a esta familia… ¡Farsante!
            ¿Cuánto odio puede contener una persona en su interior? La helicobacter pylori era un saco roto. Consideraba que  me había pillado en una renuncia, pero defender a mi abuelo había sido un acto deliberado. Todo me daba igual. Desde  hacia una horas me había empezado a importar nada lo que ocurriera después de aquella noche.
             El siguiente en levantarse fue Federico, con la dificultad que le imponían los años y debilitado por las palabra de su hija. Acudí a ayudarle al mismo tiempo que lo hacía Rottie, quien en los último minutos permanecía cerca de él. Con una morena y una rubia hijas del pueblo de Madrid, al menos a lo que a mí se refería, ignoraba la procedencia de la enfermera, sosteniéndole de cada brazo Federico hizo estallar la nuclear.
             -Tu hijo era tu familia y le diste en adopción.
            La apocalíptica solitaria apretó los dientes a la vez que por la nariz asomaba fumata blanca.
            -Desvarías padre.
            Miró uno a uno a los congregados con sonrisa nerviosa tratando de evaluar el impacto que las palabras de su progenitor habían causado. No hubiera encontrado un momento mejor para inquirirle a que nos contara lo que ella misma consideraría su parte oscura, pero contrariamente a mi naturaleza mezquina de otros tiempos, opté por no hacer leña del árbol caído.
           -Llevamos muchas horas aquí metidos.  Estás cansado y es posible que después de todas las emociones que has experimentando sientas cierta confusión –se acercó a su padre y mientras lo hacía observé cómo le suplicaba con la mirada que no continuara por ese camino; que no la condenara a las habladurías de su círculo social-. Te acompañaré al dormitorio para que descanses. Es hora de que termine este encuentro que nunca debió producirse –sus ojos me atravesaron. Se dio la vuelta sustituyendo a Rottie en su función de anclaje de Federico.  Sus facciones se suavizaron temiendo una nueva intervención del padre-. Cuento con vuestra discreción para que nada de lo que se ha ocurrido aquí esta tarde trascienda fuera. En caso contrario me reservo el derecho de tomar medidas legales por injurias y falso testimonio.
            La advertencia no inmutó a nadie.
            -¿Nada, querida? –apuntilló Federico apretándome la mano suavemente.
            -Nada… Padre.
 
 
 

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