-¡Prácticas
aberrantes! Os entregasteis al libertinaje inducidos por el abuelo depravado de
tu mujercita.
No
se oyó un sonido durante los diez segundos en que una ola de rabia no dejo un
resquicio sin recorrerme desde el estómago a la garganta. Contuve las ganas de
abofetearla, como ganas no le faltaron a Federico de hacer lo mismo al oír a la
víbora de su hija referirse en esos términos del abuelo. La sensatez me amparó
y aplacó a mi marido cuando me hice cargo de la situación.
-Mi
abuelo vivió como quiso y nunca juzgó como lo hacían el resto. Tú vives de las
apariencias y amargada por tener que reprimir tu naturaleza real, como si
sentir fuera un pecado que nunca hubieras cometido en el pasado. Dentro de ti
hay tanto fuego contenido que hueles a chamusquina… -sentí un leve mareo del
que me repuse respirando hondo varias veces-. ¿Qué es lo que ocultas que te
avergonzaría si saliese a luz?
-Mi
conducta es intachable y afortunadamente dista mucho de la de tu familia –la
repugnancia salía por su boca a borbotones.
Federico
gruñó como lo hacían Idi y Otas al olerme a cien metros, aun no
siendo un San Bernardo como sus perros, pero pareciéndolo cada día más si se le
observaba durante un rato, cambiando de posición en la butaca visiblemente
incómodo mientras se debatía entre si poner en evidencia a su engendro o mantenerse en silencio notando como la
sangre le bullía. Las miradas que intercambiaron padre e hija guardaban un
secreto que problablemente desconocieran
sus hermanos a juzgar por las caras de alelados que lucían, que se ser
descubierto cambiaria la imagen santurrona de la jineta.
Antes
Federico había dejado caer que el expediente de su hija no estaba lo limpio que
ella pretendía… “… posiblemente tú seas
la menos indicada para reprocharme nada… ¿Debo recordártelo?”.
Con
la cara encendida por la rabia que la concomía, mi hijastra fue
metamorfoseándose en una fiera acorralada dispuesta a atacar con saña para
defenderse.
Una
sonrisa maléfica asomó a sus labios desfigurados por la edad. No me amilané, si
era su propósito. Adopté una actitud altiva de suficiencia. Se percibía el
desastre.
-Si
recuerdas con claridad como era el hombre que pervirtió a mis padres, es una
evidencia que tu amnesia es una invención para no afrontar la consecuencia de
tus actos –se levantó con majestuosa teatralidad del sillón vomitado-. Tu
tiempo ha acabado. Vas a rendir cuentas por todo el daño que le has hecho a
esta familia… ¡Farsante!
¿Cuánto
odio puede contener una persona en su interior? La helicobacter pylori era un saco roto. Consideraba que me había pillado en una renuncia, pero
defender a mi abuelo había sido un acto deliberado. Todo me daba igual.
Desde hacia una horas me había empezado
a importar nada lo que ocurriera después de aquella noche.
El
siguiente en levantarse fue Federico, con la dificultad que le imponían los
años y debilitado por las palabra de su hija. Acudí a ayudarle al mismo tiempo
que lo hacía Rottie, quien en los
último minutos permanecía cerca de él. Con una morena y una rubia hijas del
pueblo de Madrid, al menos a lo que a mí se refería, ignoraba la procedencia de
la enfermera, sosteniéndole de cada brazo Federico hizo estallar la nuclear.
-Tu
hijo era tu familia y le diste en adopción.
La
apocalíptica solitaria apretó los
dientes a la vez que por la nariz asomaba fumata blanca.
-Desvarías
padre.
Miró
uno a uno a los congregados con sonrisa nerviosa tratando de evaluar el impacto
que las palabras de su progenitor habían causado. No hubiera encontrado un
momento mejor para inquirirle a que nos contara lo que ella misma consideraría
su parte oscura, pero contrariamente a mi naturaleza mezquina de otros tiempos,
opté por no hacer leña del árbol caído.
-Llevamos
muchas horas aquí metidos. Estás cansado
y es posible que después de todas las emociones que has experimentando sientas
cierta confusión –se acercó a su padre y mientras lo hacía observé cómo le
suplicaba con la mirada que no continuara por ese camino; que no la condenara a
las habladurías de su círculo social-. Te acompañaré al dormitorio para que
descanses. Es hora de que termine este encuentro que nunca debió producirse
–sus ojos me atravesaron. Se dio la vuelta sustituyendo a Rottie en su función de anclaje de Federico. Sus facciones se suavizaron temiendo una
nueva intervención del padre-. Cuento con vuestra discreción para que nada de
lo que se ha ocurrido aquí esta tarde trascienda fuera. En caso contrario me
reservo el derecho de tomar medidas legales por injurias y falso testimonio.
La
advertencia no inmutó a nadie.
-¿Nada,
querida? –apuntilló Federico apretándome la mano suavemente.
-Nada…
Padre.
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