domingo, 13 de enero de 2019

94. La apocalíptica



            Alex es el hijo que la apocalíptica desterró de su vida. Consideró una vergüenza haber sucumbido a los encantos de su profesor de filosofía, casado sin descendencia, que le prometía separarse de su mujer asegurando que no la quería, para conseguir sus favores. A ella tampoco le costó dárselos. Con diecisiete años estaba en efervescencia juvenil, y que un treintañero - suponiendo que la llanera haya tenido alguna vez buen gusto, atractivo- se interesase en conocerla en profundidad, le halagó. Se enamoró o creyó estarlo y se entregó al placer de su cuerpo. Pocos meses después descubrió que estaba encinta. El miedo que le recorrió el cuerpo en forma de latigazo eléctrico viró en  ilusión por contarle la buena nueva a su amante. La noticia precipitaría los acontecimientos. El profesor se separaría de su esposa para casarse con ella y dar la bienvenida a su retoño.
             -No quiero tener hijos. Si decides seguir adelante con el embarazo será bajo tu responsabilidad. Tu reputación permanecerá intacta mientras seas discreta. Esto termina aquí.
             La solitaria se encerró en su dormitorio varios días en los que apenas comió y su aspecto se fue demacrando acompasado con el resentimiento de su salud. Juanibel alarmada por el apático comportamiento de su hija llamó al doctor Gutiérrez para que la reconociera. El diagnóstico, aún faltando una analítica que lo corroborara era claro: la niña estaba gestando un individuo futuro. No fue necesario que Juanibel insistiera en que le contara lo ocurrido,  la apocalíptica se echó a llorar desconsolada al tiempo que hipaba y admitió su romance con un profesor del centro educativo. Se negó a dar el nombre –por uno minutos- temerosa de que su círculo se enterase que había tenido una relación con un hombre casado, y solo lo hizo después de que Federico le asegurara que lo que les contara no transcendería de las paredes de la habitación.
            El profesor fue despedido fulminantemente por no cumplir con las expectativas educativas que el centro exigía a sus docentes… Esa fue la excusa para que el escándalo no viera la luz.
            La niña –me cuesta pensar en ella como un ser inocente- fue enviada a la residencia veraniega de San Sebastián durante un año. La versión oficial –también para sus hermanos- fue que estudiaría en París diseño, dado el interés que mostraba hacia la moda.
             Empaticé con ella mientras leía la carta de Federico, que casi consigue su propósito de que comprendiera porque su hija se ensañaba conmigo con crueldad… “Todos tenemos razones por las que hacer o no las cosas”. Treinta y siete segundos me puse en su lugar... No me dio ninguna pena.
             La misiva fe Federico fue la confirmación fehaciente a las sospechas que tenía sobre la maternidad de la malvada. En reunión que cambiara nuestras vidas, después de que Federico le pidiera a Alex que volviera a tomar asiento cuando este pretendió marcharse, empecé a observarle, a él y a la jineta y a encontrar similitudes entre sus rasgos. Alex no se parece a su madre, pero si se da un aire desvelador.
             Le enviaré estas memorias cuando las termine a mi hijastra con una nota: “Desde el afecto de una madre recibe uno de los cien mil ejemplares disponibles en las librerías de la capital de mis memorias. Confío que su lectura te sea entretenida y descubras quien soy”.
            Imaginarla recorriendo todas las librerías de Madrid preguntando por las memorias hasta darse cuenta de que era un bulo, me hizo experimentar un placer impagable.
 

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