Alex es el hijo que la apocalíptica desterró de su vida. Consideró una vergüenza haber sucumbido a los encantos de su profesor de filosofía, casado sin descendencia, que le prometía separarse de su mujer asegurando que no la quería, para conseguir sus favores. A ella tampoco le costó dárselos. Con diecisiete años estaba en efervescencia juvenil, y que un treintañero - suponiendo que la llanera haya tenido alguna vez buen gusto, atractivo- se interesase en conocerla en profundidad, le halagó. Se enamoró o creyó estarlo y se entregó al placer de su cuerpo. Pocos meses después descubrió que estaba encinta. El miedo que le recorrió el cuerpo en forma de latigazo eléctrico viró en ilusión por contarle la buena nueva a su amante. La noticia precipitaría los acontecimientos. El profesor se separaría de su esposa para casarse con ella y dar la bienvenida a su retoño.
-No quiero tener hijos. Si decides seguir
adelante con el embarazo será bajo tu responsabilidad. Tu reputación
permanecerá intacta mientras seas discreta. Esto termina aquí.
La
solitaria se encerró en su dormitorio varios días en los que apenas comió y
su aspecto se fue demacrando acompasado con el resentimiento de su salud.
Juanibel alarmada por el apático comportamiento de su hija llamó al doctor
Gutiérrez para que la reconociera. El diagnóstico, aún faltando una analítica
que lo corroborara era claro: la niña estaba gestando un individuo futuro. No
fue necesario que Juanibel insistiera en que le contara lo ocurrido, la apocalíptica
se echó a llorar desconsolada al tiempo que hipaba y admitió su romance con un
profesor del centro educativo. Se negó a dar el nombre –por uno minutos-
temerosa de que su círculo se enterase que había tenido una relación con un
hombre casado, y solo lo hizo después de que Federico le asegurara que lo que
les contara no transcendería de las paredes de la habitación.
El profesor fue despedido fulminantemente por no
cumplir con las expectativas educativas que el centro exigía a sus docentes…
Esa fue la excusa para que el escándalo no viera la luz.
La niña –me cuesta pensar en ella como un ser
inocente- fue enviada a la residencia veraniega de San Sebastián durante un
año. La versión oficial –también para sus hermanos- fue que estudiaría en París
diseño, dado el interés que mostraba hacia la moda.
Empaticé con ella mientras leía la carta de
Federico, que casi consigue su propósito de que comprendiera porque su hija se
ensañaba conmigo con crueldad… “Todos
tenemos razones por las que hacer o no las cosas”. Treinta y siete segundos
me puse en su lugar... No me dio ninguna pena.
La misiva fe Federico fue la confirmación
fehaciente a las sospechas que tenía sobre la maternidad de la malvada. En reunión que cambiara
nuestras vidas, después de que Federico le pidiera a Alex que volviera a tomar
asiento cuando este pretendió marcharse, empecé a observarle, a él y a la jineta y a encontrar similitudes entre
sus rasgos. Alex no se parece a su madre, pero si se da un aire desvelador.
Le enviaré estas memorias cuando las termine a
mi hijastra con una nota: “Desde el afecto de una madre recibe uno de los cien
mil ejemplares disponibles en las librerías de la capital de mis memorias.
Confío que su lectura te sea entretenida y descubras quien soy”.
Imaginarla
recorriendo todas las librerías de Madrid preguntando por las memorias hasta darse
cuenta de que era un bulo, me hizo experimentar un placer impagable.
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