sábado, 9 de marzo de 2019

96. Regina



 
Regina me mantiene informada de los chismes de su círculo social, al que antes yo pertenecía. Sus visitas me entretienen. Desde que estoy aquí solo ha faltado dos veces a su cita mensual, la primera para casarse, la segunda para divorciarse.
           -No es que quiera copiarte, mi matrimonio ha sido menos exprés que el tuyo con Gonzalo, al menos he aguantado un año, pero coincido contigo en que el matrimonio no está hecho para nosotras… Todos los días levantarme al lado del mismo careto se me empezó a hacer cuesta arriba a los seis meses, y como tampoco tengo necesidad de pasarme el resto de la vida atada a un solo hombre, ya sabes que en la variedad está el gusto, se lo dije claramente: hemos acabado. Arturito enmudeció del golpe, pero su silencio respondía más que al dolor de la ruptura o la decepción del fracaso, al alivio de que hubiera tomado la decisión por ambos. El no lo hubiera hecho nunca aunque le costara la felicidad –suspiro profundo con aire resignado. Aunque no lo mencionara, sé que a Regina le hubiera gustado que su matrimonio durar cincuenta años para presumir al cabo de ese tiempo de historia de amor longeva, pero Arturito no es lo que esperaba y al darse cuenta cortó por lo sano-. Aquí me tienes tan divorciada como tú y con ganas de conocer maromo que solo quiera divertirse… En nuestra órbita es tan difícil encontrar a alguien así… Estoy pensando en darme un garbeo por barrios obreros. Tengo entendido que los hombres son más decididos y menos propensos a formalismos. Cuando salgas de aquí me acompañas y le das una alegría al cuerpo que desde que estás encerrada pocas se ha llevado.
           No le he referido que Gonzalo vino a verme y mucho menos que le besé para imponerme sobre su voluntad, ni que salí perdiendo porque se marchó sin que se le erizara el vello, prueba irrefutable de que sus palabras eran ciertas: me había dejado de querer.
           Regina comprendería la frustración que sentí como yo entendía su afán de conocer a otros hombres para compensar su fracaso matrimonial, aunque ella no lo considerara un fracaso de cara a la galería, sino una decisión inteligente. Nuestras actitudes van enfocadas a llenar vacios que se ahuecan con el aumento de la frustración. Cuando comprendimos esto la una de la otra nos empezamos a tolerar y nos tomamos simpatía. Lo cierto es que no auspiciaba que permaneciera a mi lado en mi descenso a los infiernos, ni que esperara paciente a que subiera a la superficie.
            Nuestro modo de entender la amistad, quizá no distara tanto de lo que realmente era.

 

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