Me preguntaba con cierta
frecuencia por qué no prestaba atención a quienes acababan teniendo razón, en
lugar de dejarme llevar por mis impulsos aún sabiendo que me conducirían
directamente al fracaso al que irremediablemente estaban abocados mis actos.
     La
naturaleza de tales divagaciones venía dada por el exceso de tiempo libre del
que disponía, y es que si algo perseguía en la vida, es la garantía de que
siempre habría alguien que hiciera las cosas que no me gustaban o apetecían
hacer, por y para mí. Pasaba las horas, una tras otra, cavilando sobre
superficialidades como si debía pedirle perdón a mi mejor amiga por haberle pisado
el pie intencionadamente con un tacón de aguja la noche en que, en una fiesta
en casa de unos amigos, se encaminó hacia nosotras el hombre más guapo que
había visto en toda la semana y probablemente también en el mes, con la
intención de establecer una conversación con nosotras. En la distancia que nos
separaba y que él acortaba con pasos de piernas largas, intercepté su mirada y
me di cuenta de que, inexplicablemente, su interés lo había suscitado mi amiga
y no yo, por lo que me vi obligada a librarme de ella de forma contundente y
sutil. La elegancia me viene de abolengo.
     Cuando el anfitrión de la fiesta se la llevó a
urgencias,  donde le inmovilizaron el
segundo dedo del pie que resultó fracturado -lo que no me extrañó dada la constitución ósea frágil y endeble de Regina-, me quedé hablando
con el hombre guapo, fingiendo estar afectada por el accidente que había
sufrido mi amiga y busqué consuelo acercándome a su boca con la cabeza apoyada
sobre su hombro y una mano sobre su pecho, que de vez en cuando deslizaba
arriba y abajo, pero el hombre guapo estaba tan poco receptivo, que lo único
que conseguí aquella jornada fue besarle en la comisura de los labios al
despedirnos, en un descuido suyo, antes de que se marchara.
     Analizando
los hechos detenidamente concluí que era ella quien debía disculparse conmigo
por haberme echado a perder la noche. Si no se hubiera quejado tanto del
pisotón y mucho menos quitado el zapato para que todos vieran lo hinchado y
sanguinolento que tenía el dedo, el hombre guapo y yo hubiéramos tenido la
oportunidad de profundizar en un conocimiento exhaustivo de nuestras personas
y, de mi cuenta corría ampliar ese conocimiento a uno mucho más íntimo, pero
después de que se la llevaran al hospital, el hombre guapo parecía
conmocionado. 
     Llamé a
Regina al día siguiente exigiéndole que se disculpara por una conducta poco acertada y mucho
menos generosa, propia de una cretina como ella,  pero se negó rotundamente en banda, lo que me
disgustó tremendamente dos minutos y cuarenta y siete segundos, lo que tardé en
decidir que me iba de compras.

 
La amistad ya no es lo que era, Auri.
ResponderEliminarTe voy a hacer una pequeña crítica constructiva:eres una pedazo egoísta de mie...
Creo que ocasiones piensas demasiado en ti y tus circunstancias y no tienes en cuenta los intereses de quienes te rodean.
No te precupes, de hombres guapos esta lleno el mar o algo así. Te recomiendo que te apuntes a un club de submarinismo para satisfacer tus necesidades oculares.
Saludos
Amigo Uno, observe que el tiempo utilizado es pretérito, por lo que aún aceptando su crítica constructiva y asumiendo lo que alguna vez fui como parte de mi crecimiento personal, le pido no se refiera a mí en esos términos en tiempo presente, ya que estaría cometiendo un grave error, y no quisiera llevarle a confusión.
ResponderEliminarCierto que mi comportamiento ha podido parecer egoísta en el pasado, pero a veces las circunstancias me obligaban a ello, o así lo creía. No le quepa duda alguna de que estaba equivocada.
Reciba un sincero saludo.