Federico durmió toda la noche… y
más.
           
A la mañana siguiente salí a hacer unas compras y volví a la hora de la comida.
En la mansión las horas establecidas para la ingesta de alimentos se respetaban
a rajatabla, salvo que los señores ordenaran lo contrario. Los desayunos
se servían a las nueve; a las once se tomaba el aperitivo; a la una se comía; a
las cuatro se merendaba y a las ocho y media se cenaba. En mi vida de soltera
solo hacía las comidas principales y picaba entre horas, por lo que tuve que
habituarme a comer cinco veces al día, aunque encontré el modo de pasar del
aperitivo de la mañana –ocupando esa franja horaria en hacer cosas fuera de la
mansión, como hacerme algún tratamiento relajante en el spa, o agotar la
Visa- y a veces incluso me saltaba las meriendas faraónicas, con
cualquier excusa.
         André, el mayordomo, me abrió la puerta
con el rostro compungido. Su nombre real era Andrés, pero André le
confería sofisticación a su cargo y entre André y René, que fueron
los dos nombres que le sugerí para dirigirme a él, decidió que André
era la mejor opción a regañadientes.
         
-Señora, el señor no se ha levantado todavía.
Era más de la una de la tarde. El
efecto de las pastillas no podía durar tanto tiempo… “dos comprimidos de
alprazolam de medio gramo serán suficientes para que el viejo duerma toda la
noche”, recordé las palabras de Alex… “suficientes” ¿suficientes
para no abandonarse al sueño eterno? En tan solo una milésima de segundo
entendí el significado de suficiente. Dejé caer las bolsas que cargaba a
ambos lados de las piernas y me encaminé hacia su dormitorio, en la planta baja
del ala este de la mansión.
La habitación estaba a oscuras. Abrí
un poco las contrapuertas de la ventana, lo suficiente para ver a
Federico apaciblemente tumbado en la cama con los brazos por fuera de la
sábana. No se movía. No respiraba.
           
Hice una llamada con las manos temblorosas desde mi móvil.
           
-Alex, tenemos un problema.
           
-¿Te han descubierto? –preguntó alarmado. 
           
No me costó imaginarlo aún tumbado en la cama revuelta de su apartamento, en la
que cuarenta minutos antes yo había participado del caos. Esa mañana no solo
había hecho compras.
           
Tragué saliva. 
            -Hemos
matado a mi marido.

 
Auri, con motivo me preocupaba yo por la salud de su señor esposo. Ya los dicen los médicos: "no es bueno automedicarse". Supungo que también puede aplicarse a inventarse la "cura" para otros.
ResponderEliminarRecibe el pesame por su difunto marido Federico.
Por otra parte creo que ese tal Alex puede ser una mala influencia para ti.
Pero lo que más me ha horrizado es lo de llamar André al bueno de Andrés. Eso no se le hace a las personas humanas.
Saludos
Amigo Uno, agradezco sus condolencias. Como ve todos somos susceptibles de sufrir accidentes. La vida a veces es tan efímera...
ResponderEliminarComparto su apreciación respecto de Alex, no es trigo limpio, sin embargo pierda cuidado, no soy en absoluto maleable.
Pierre o Etienne hubieran sido nombres más acertados para su cargo, no me cabe la menor duda de ello, pero André es un clasista y un hombre muy apegado a sus orígenes.
Saludos sinceros.