sábado, 18 de abril de 2015

15. La caja fuerte




         Tenía la situación controlada: la familia estaba en el comedor al igual que André, atento por si se les ofrecía algo; María y las Abecedé preparaban en la cocina el postre que servirían cuando todos hubieran terminado el segundo plato. Nadie me vería atravesar el vestíbulo hasta la biblioteca.
          Respiré hondo. Hubiera sido una extraordinaria espía. Se me da bien preparar el terreno para escabullirme sigilosamente, conseguir mi objetivo y después fingir que en mi poder no obra información privilegiada alguna. Las agencias de inteligencia mundiales se me rifarían para conseguir mis servicios si supieran de mis extraordinarias facultades y no les saldría barato mi posicionamiento. Las personas altamente cualificadas tenemos un precio.
           Deslicé las estanterías por las guías e introduje el código de cuatro cifras que había escrito en el interior de mi muslo con esmalte de uñas marfil en la pantalla digital de la caja fuerte. Se abrió en veinte segundos.
           El interior de la caja estaba dividido en tres departamentos: en el de arriba los estuches con las joyas ordenados por tamaño y color ocupaban todo el espacio; en los otros departamentos había carpetas con el membrete de las empresas de Federico clasificadas por fechas. Busqué entre las carpetas y eché un vistazo a su interior, pero la fortuna no estaba de mi parte. Empecé a inquietarme. Me había ausentado de la mesa hacia unos minutos, si tardaba en volver, alguien iría a buscarme para asegurarse de que no me había escurrido por el desagüe de retrete y no podía encontrarme allí.
           Volví a meter toda la documentación en su sitio, al hacerlo, en el departamento central, las carpetas toparon con algo que había en el fondo. Miré hacia el interior y vi un cofre pequeño de piel, del tamaño de una caja de pañuelos de seda, con cerradura dorada. Dentro había un sobre en el que rezaba: A mis hijos. Tal vez era una carta de despedida de Federico. Me dolió que no hubiera una para su esposa, la mujer que había entregado su juventud a su vejez. Debajo del sobre, uno color crema me llamó la atención. Estaba cerrado y tenía el logotipo de la empresa de seguridad que había instalado la alarma. ¡Lo tenía!. Pero para conseguir la clave tenía que llevarme el sobre y devolverlo a lo largo del día. Era un riesgo con el que no contaba. Me guardé el sobre dentro de las medias a la altura de la cintura y lo dejé todo como lo había encontrado antes de marcharme.
           En el comedor se estaban sirviendo los postres. Todos me miraron cuando entré y me quedé de pie detrás de mi silla.
           -¿Cómo te encuentras, querida? –quiso saber mi marido.
           -Aún tengo algunas molestias… -acaricié mi vientre con un suave masaje horizontal-. Si no os importa, me retiro a mi dormitorio.
Mis hijastros sonrieron satisfechos. Realmente eran encantadores… de serpientes en la  India.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 


3 comentarios:

  1. Cuantas peripecias y emociones. Una pena que no seas ladrona de guante blanco, te harían juego con tu pálida tez.
    Saludos vaporosos

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  2. Cuantas peripecias y emociones. Una pena que no seas ladrona de guante blanco, te harían juego con tu pálida tez.
    Saludos vaporosos

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  3. Amigo Uno, una vez más estamos de acuerdo, pero dejeme decirle, que he cejado en la idea de hacer justicia financiera. El riesgo es grande.

    Saludos Sinceros.

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