Respiré hondo. Hubiera sido una extraordinaria espía. Se me da bien preparar el
terreno para escabullirme sigilosamente, conseguir mi objetivo y después fingir
que en mi poder no obra información privilegiada alguna. Las agencias de
inteligencia mundiales se me rifarían para conseguir mis servicios si supieran
de mis extraordinarias facultades y no les saldría barato mi posicionamiento.
Las personas altamente cualificadas tenemos un precio.
           Deslicé las estanterías por
las guías e introduje el código de cuatro cifras que había escrito en el
interior de mi muslo con esmalte de uñas marfil en la pantalla digital de la
caja fuerte. Se abrió en veinte segundos. 
           El interior de la caja estaba
dividido en tres departamentos: en el de arriba los estuches con las joyas
ordenados por tamaño y color ocupaban todo el espacio; en los otros departamentos
había carpetas con el membrete de las empresas de Federico clasificadas por
fechas. Busqué entre las carpetas y eché un vistazo a su interior, pero la
fortuna no estaba de mi parte. Empecé a inquietarme. Me había ausentado de la
mesa hacia unos minutos, si tardaba en volver, alguien iría a buscarme para
asegurarse de que no me había escurrido por el desagüe de retrete y no podía
encontrarme allí. 
           Volví a meter toda la documentación
en su sitio, al hacerlo, en el departamento central, las carpetas toparon con
algo que había en el fondo. Miré hacia el interior y vi un cofre pequeño de
piel, del tamaño de una caja de pañuelos de seda, con cerradura dorada. Dentro
había un sobre en el que rezaba: A mis hijos.
Tal vez era una carta de despedida de Federico. Me dolió que no hubiera una
para su esposa, la mujer que había entregado su juventud a su vejez. Debajo del
sobre, uno color crema me llamó la atención. Estaba cerrado y tenía el logotipo
de la empresa de seguridad que había instalado la alarma. ¡Lo tenía!. Pero para
conseguir la clave tenía que llevarme el sobre y devolverlo a lo largo del día.
Era un riesgo con el que no contaba. Me guardé el sobre dentro de las medias a
la altura de la cintura y lo dejé todo como lo había encontrado antes de
marcharme.
           En el comedor se estaban sirviendo
los postres. Todos me miraron cuando entré y me quedé de pie detrás de mi
silla.
           -¿Cómo te encuentras, querida? –quiso saber mi marido.
           -Aún tengo algunas molestias… -acaricié mi vientre con un suave masaje horizontal-.
Si no os importa, me retiro a mi dormitorio.
Mis
hijastros sonrieron satisfechos. Realmente eran encantadores… de serpientes en
la  India.
 
 
Cuantas peripecias y emociones. Una pena que no seas ladrona de guante blanco, te harían juego con tu pálida tez.
ResponderEliminarSaludos vaporosos
Cuantas peripecias y emociones. Una pena que no seas ladrona de guante blanco, te harían juego con tu pálida tez.
ResponderEliminarSaludos vaporosos
Amigo Uno, una vez más estamos de acuerdo, pero dejeme decirle, que he cejado en la idea de hacer justicia financiera. El riesgo es grande.
ResponderEliminarSaludos Sinceros.