La enfermera contratada que se encargaría
de velar por la seguridad de Federico interrumpió la discusión entrando en el
dormitorio después de dar un golpe seco en la puerta sin esperar a que le
diéramos permiso para hacerlo, de la forma más inoportuna.
         Ataviada con una bata blanca, sus ojos azules eran  fríos y pequeños y su corte de pelo imitaba el
casco de la hormiga atómica. Era una
mujer grande con aspecto de rottwiler enfurruñado.
Una señorita Rottenmeier robusta
aficionada a comer salchichas frankfurt.
           Caminó hacia el anciano de la butaca, con  un tensiómetro en la mano y un bloc para hacer
anotaciones el aire solemne de una invitada a un banquete real.
           -¿Cómo se encuentra?
           -Como si hubiera dormido durante dieciocho
horas seguidas.
           Me dirigió una mirada condescendiente.
          El sarcasmo de mi nonagenario marido rozaba
la insolencia. Me mantuve impertérrita. Dejando que marcara los tiempos a su
antojo. Que me torturara lentamente.
          La enfermera ajustó el brazalete a su brazo
con manos expertas… ¿Cómo se llamaría?
          -Dentro de media hora se servirá la comida,
¿prefiere comer en su dormitorio?
          -Comeremos en el comedor, como siempre.
          -No tengo apetito. Si no te importa, querido, prefiero quedarme en mi
habitación.
          -Quiero que me acompañes. No me gusta comer
solo. Haz un esfuerzo y compláceme en esto, querida.
           -Si así lo deseas…
           -Lo que deseo. Después daremos ese paseo por
el jardín que tenemos pendiente.
           Asentí con la cabeza.
           Tomar el aire nos vendría bien a los dos. Idi y Otas podían acompañarnos, y la mosca, que llevaba cerca de una hora
sobre el pedestal observándolo todo, también. Los cinco magníficos a lo Sonrisas
y lágrimas por el jardín. La mariposa blanca quizás querría unirse a nosotros.
Lo recorreríamos de norte a sur y de este a oeste, descansando unos minutos
bajo el sauce llorón y aspirando el olor de las flores mientras nos tomásemos
el té, a la hora de la merienda.
            Si caminábamos hasta la piscina Federico
podría tropezar sin querer y caer accidentalmente al agua… Los colores de la
primavera son hermosos.
             Apenas probé el consomé de verduras,
mucho menos el bistec de ternera con puré de patatas y zanahoria que olía al
sudor de mil demonios danzando alrededor de una hoguera.
            Solo pensaba en zanjar el asunto y
desaparecer, pero mi esposo había decidido prolongar mi angustia. Me estaba
bien empleado. En su lugar, y aun desconociendo que es lo que sabía, hubiera
hecho lo mismo.
            Alex me había llamado varias
veces pero le bloqueé para que no siguiera molestándome. Estaba segura de que Abecedé,
le mantenía informado sobre los movimientos que estaba habiendo en la mansión,
especialmente de los míos. 
            ¡Qué lejos quedaba el Royal Villa
Grand resort Langonissi!, donde planeaba pasar una temporada larga cuando
nos deshiciéramos del huevo. 
             El Fabergé volvió al lugar
del que no debería haber salido nunca. Para ello André se puso unos
guantes blancos de algodón como los que usé yo para sisarlo, tratándolo con
suma delicadeza. Cuando cubrió la urna encima del pedestal, sentí una punzada
de dolor en el pecho. Mis sueños se alejaban a pasos agigantados.
           Rottie le tomó otra vez la tensión a
Federico en la sala del te, que es donde acabamos después de la comida. Si
tenía hijos, su casa debía ser un cuartel militar y su marido, en caso de que
no la hubiera abandonado por su carácter agrio, no la habría visto sonreír
nunca. 
             -Demos ese paseo, querida.
             Me ofreció su brazo, que cogí afablemente.
-¿Te has preguntado alguna vez
por qué te pedí que te casaras conmigo?
           Suponer que me preguntaba ciertas cosas era esperar demasiado de mí. El
carcelero volvía a aplicarme el tercer grado. 
            -Imagino que te sentías solo y necesitabas llenar vacíos que te incomodaban.
            -Esa fue una de las razones, sin duda, pero no la más importante. Lo hice
porque te acercaste a mí. Eras como un cachorrito buscando la protección de
alguien que le supiera dar calor. En tu mirada había un haz de esperanza. Me
convertiste en tu alternativa para ser feliz.
            -Lo he sido.
            No mentía. Su dinero me hacía
dichosa.
             -A mi costa.
             -Hacer felices a los demás a veces supone sacrificio.
             -¿Y el resto de las veces?
            ¡Y yo que sé que pasaba el resto de las veces! Esa conversación la debería
haber tenido con Séneca, del que prácticamente era coetáneo.
             -No esforzarse para lograrlo.
             -Ese es mi caso. Hacerte feliz es sencillo, basta con acceder a tus deseos,
aunque no lo seas conmigo, sino con mi poder adquisitivo.
             Ahí estaba la momia, sin pelos en la lengua; escampando las apariencias.
              Nos sentamos en un banco de piedra.
En el jardín franqueaban el camino de tierra que llevaba hasta la verja
principal de la finca.
            -¿No habrás creído que nos casamos porque estaba enamorado de ti, verdad, querida?
             Un poco sí. Seducir a los hombres y que quedaran prendados de mi belleza me
gustaba, pese a que jamás tendrían la oportunidad de acercarse a más de dos
metros a mí. Ocupar sus pensamientos y aparecer en sus fábulas más osadas, me
satisfacía.
            Negué con la cabeza frustrada.
            -Enamorarse es llegar juntos al mismo momento. Si uno sube por las escaleras y
el otro en ascensor, ser lo bastante rápido y lento para encontrarse cuando se
abra la puerta y pisar el mismo suelo a la vez.
            Una lágrima se me quedó suspendida en el lagrimal, a punto de desbordarse por
la mejilla. Las hormonas me traicionaban.
            Federico sonrió complacido.
            -Sabía que no eras un caso perdido.
 

 
Vaya, resulta que Federico también tiene sus secretillos. Y los va contar tranquilamente en vez de denunciarte por imitar a Luctecia Borgia.
ResponderEliminarSaludos plácidos
Amigo Uno:
ResponderEliminarTodos tenemos secretos, lo que me convierte en un ser con los mismos errores y aciertos que los demás.
Saludos sinceros