domingo, 17 de abril de 2016

36. Memoria frágil



            Al abrir los ojos, cinco rostros me observaban expectantes. Me angustié al percibir sus pupilas sobre un cuerpo que apenas notaba tumbado encima de la cama.
           Tenía un fuerte dolor de cabeza. Ramalazos intensos que se perdían en la nuca. Al llevarme la mano a la sien, allí de donde procedía el dolor, toqué un trozo de gasa sujetada por esparadrapo.
            -Has sufrido un vahído en el jardín y, al desplomarte te has golpeado la cabeza con el aspersor de riego. Andrés te ha traído a tu dormitorio -Federico desvió la vista hacia el hombre corpulento-. Le he pedido a Jaime que te revise para estar tranquilos.
            André, solícito, me ayudó a reincorporarme sobre el respaldo de la cama. Puso varios cojines en mi espalda para que me sintiera cómoda. Se lo agradecí. Había llegado a apreciarme pese a no ser una señora al uso. La nariz se me puso respingona al percibir el olor a podrido que provenía de la sirvienta que se mantenía en segundo plano con la rotweiler.
          El doctor Gutiérrez exploró mis ojos con una linterna plateada e hizo que siguiera su regordete dedo con la vista a la vez que me interrogaba. Derecha izquierda, derecha izquierda, derecha izquierda, centro.
          -¿Cómo se llama?
          -Cintia… -Federico lo mencionó varias veces mientras me desvanecía, con tono alarmante.
            -¿Cuántos años tiene?
           Miré al doctor Gutiérrez con el ceño fruncido, que interpretó inmediatamente tratándose de mí, que preguntarme por mi edad estaba totalmente fuera de lugar y más con la concurrencia del dormitorio.
            -¿Dónde vive?
            -En esta casa.
            -¿Podría ser más concreta? –inquirió el doctor Gutiérrez resoplando.
            No, no podía serlo.
            -Me duele mucho la cabeza. Tengo sueño.
            -¿Recuerda la caída?
            -Un mareo y después un golpe –volví a tocarme el vendaje.
            Tenía la mitad de la camisa ensangrentada. Debía haber perdido mucha sangre. Tanta que quizás hiciera falta una transfusión urgente… El doctor Gutiérrez no le daba importancia al hecho de que me hubiera desangrado. Quizás estaba conchabado con la apocalíptica.
          -Parece que todo está normal, pero vamos a hacerle unas placas para mayor seguridad. Nos vemos en el hospital en media hora.
            Jaime Gutiérrez  se dirigía hacia la puerta con la mano de su viejo amigo sobre el hombro, seguidos por André, Rottie y la maloliente uniformada.
           -Abuelo, ¿me acompañarás? No quiero estar sola.
           Todos se giraron en mi dirección.
          -¿Abuelo? –dijeron al unísono con las voces perfectamente sincronizadas.
           -Querida, no me separaré de ti ni un solo segundo.
          Federico acudió a mi encuentro abriéndose paso entre la corte de asalariados con el rostro mudado. Se sentó a mi lado y dejó que reposara mi cabeza dolorida sobre su pecho.



 

3 comentarios:

  1. Que emoción, por fin una lágrima. Sin duda el efecto retardado de tanto manipular cebollas. Enhorabuena.

    Saludos líquidos

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  2. Que emoción, por fin una lágrima. Sin duda el efecto retardado de tanto manipular cebollas. Enhorabuena.

    Saludos líquidos

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  3. Amigo Uno:

    La primera lágrima me la arrancó el sauce y la segunda su coetáneo. Qué raro es llorar de verdad.

    Saludos sinceros.

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